El placer de mirar las vidas ajenas
El Centro Dramático Nacional ha estrenado en el teatro María Guerrero una producción de la obra de Juan Mayorga dirigida por Andrés Lima
Juan Mayorga , profesor de matemáticas además de dramaturgo (y uno de los más importantes de la escena española actual), cuenta: «un día, corrigiendo un examen de fracciones, leí algo parecido a esto: «Juan no puedo contestar nada porque no he estudiado pero últimamente estoy jugando muy bien al tenis el domingo me sacaron en el Marca voy a ser un campeón y tú y yo vamos a ir a celebrarlo». Recuerdo que inmediatamente pensé: «Qué interesante que un alumno utilice un ejercicio escolar para contarte su vida »».
Estas líneas fueron el germen de « El chico de la última fila », que Mayorga escribió en 2006 por encargo de Helena Pimenta para su compañía Ur Teatro. Desde su estreno se ha convertido en la más representada de su autor después de «Himmelweg» (se han hecho veintisiete puestas en escena distintas en países tan dispares como Letonia, Alemania, Brasil o Estados Unidos). Instituciones como el Piccolo Teatro de Milán la han montado e, incluso, François Ozon la llevó al cine en su película «En la casa». Ahora llega al teatro María Guerrero -debía haber cerrado la temporada pasada, última que programó Ernesto Caballero - en una producción estrenada en la Sala Beckett de Barcelona en enero del pasado año y dirigida por Andrés Lima . El reparto incluye a Guillem Barbosa, Pilar Castro, Arnau Comas, Natalie Pinot, Alberto San Juan y Guillermo Toledo.
La obra narra el encuentro entre un profesor de instituto y un alumno . Aquél, Germán, enseña Lengua y Literatura. Un día, mientras corrige unas redacciones -cada una que lee le parece peor que la anterior-, tropieza con un texto brillante que corresponde a Claudio, un chico silencioso que se sienta en la última fila. A partir de esa redacción -en la que el alumno cuenta su último fin de semana- se establece un vínculo «tan intenso como peligroso», según palabras del propio Mayorga.
Esta es, dice el dramaturgo, «una obra sobre padres e hijos, sobre maestros y discípulos, sobre personas que han visto demasiado y personas que están aprendiendo a mirar; una obra sobre el placer de mirar las vidas ajenas y sobre los riesgos de confundir lo vivido con lo imaginado , una obra que quiere hacer teatro del acto mismo de imaginar. Una obra, en fin, sobre los que eligen la última fila: aquella desde la que se ve todas las demás».
Su doble condición de padre y de profesor influyó, naturalmente, en la escritura de esta obra, que juega, dice su autor, «con la pasión de mirar la vida de los otros, y se invita a los espectadores a mirar la vida de esa familia a través del ojo de una cerradura ».