Diego Doncel
Peter Brook: la búsqueda de la sencillez
Como los grandes mitos de los 60, hizo de lo revolucionario su máscara y su piel
Decía Juan Goytisolo que la cultura del siglo XXI, como las ciudades del siglo XXI, debe ser esencialmente mestizas, abiertas a las distintas sensibilidades, plurales en cuanto a sus concepciones de la realidad. Estas ideas las ha tenido siempre presente Peter Brook . Brook abrió el teatro al mundo como quien abre una ventana en una habitación demasiado claustrofóbica. Abrir ventanas significó no solo despreciar y combatir un teatro demasiado aburguesado, sino también dejarse seducir por las concepciones que otras culturas han tenido sobre el hecho teatral.
Este judío, hijo de emigrantes rusos establecidos en Inglaterra, nacido en 1925, va a coger el teatro de su tiempo y lo va a cambiar para siempre. Ya desde el principio, desde que en 1943 dirigió el «Doctor Fausto» para el Torch Theatre de Londres o desde que Barry Jackson encargara a esa joven promesa «Trabajos de amor perdido». A partir de ahí el cometa Brook no ha dejado de orbitar por el universo de la escena mundial como el más luminoso, lúcido y controvertido de los demiurgos escénicos, algo que ha sabido valorar el jurado de los premios Princesa de Asturias , que fijan su mirada en el arte teatral como uno de los valores esenciales para comprender el imaginario de nuestro tiempo. Si el año pasado David Mamet no pudo ser, este año Peter Brook viene a decirnos hasta qué punto su figura es indiscutible como renovador y pensador de la escena. Director ya en 1947 de la Royal Opera House , su paso por la Royal Shakespeare Company indica hasta qué punto va a encontrar en Shakespeare el paradigma de autor de teatro total tanto por la profundidad de su visión del mundo como por la profundidad abismática del significado mismo del teatro. La idea que Brook tiene del espectáculo teatral es la de una enorme apertura . Con Artaud rechaza el modo convencional, superficial del teatro, amparándose en el sufismo, en Gurdjieff hace que todo lo puesto en escena sea una aventura espiritual, es decir, una aventura de las potencias mentales del ser humano. Para Brook lo mental y lo corporal son una misma cosa por eso su acercamiento a lo ritual, lo performativo, al gesto como expresión de nuestras interioridades.
Sometió el arte teatral de su tiempo a un proceso de depuración. Acudió a la sencillez como arma contra los estereotipos tradicionalistas de la grandilocuencia, a lo esencial y mínimo para llevar la vida a la escena. Para él todos los elementos teatrales son un hálito, una respiración, un alma, en el escenario nada hay decorativo sino más bien una forma imaginaria de hacer comprensible el mundo. Con Brook el teatro llega a una sencillez perturbadora , a una ascesis que aspira a crear belleza impactando en el espectador. Sus grandes producciones son templos donde la imaginación es subversiva. Ahí están «Marat/Sade» (1964) o «Mahabharata» (1985). Brook además supo darle una dimensión moderna a la figura del director, le concedió la mayoría de edad, es decir, hizo de él un creador, un investigador y un pensador de las formas y de las imágenes. Y supo, por supuesto, revolucionar el concepto de compañía teatral al uso para crear centros de investigación que son emblemas, lugares de peregrinación como el ICTR de París, un lugar donde buscar nuevas dimensiones , nuevos ámbitos para la voz dramatúrgica de nuestro tiempo.
Lo mismo que los grandes mitos de los 60, Brook hizo de lo revolucionario su máscara y su piel. Su manual de la revolución lleva por título «El espacio vacío» (Península); su manual de vida, «Hilos de tiempo» ( Siruela). Siempre ha sabido que toda su obra tanto en el teatro como en el cine es acaso una aspiración a plantearnos preguntas que se resumen en una: ¿con qué imágenes podemos rescatar la belleza? Ha realizado una apuesta tremendamente valiosa para este siglo XXI que se fundamenta en el diálogo de las culturas , las espiritualidades, las grandes construcciones mentales. Y lo ha hecho desde la sencillez, desde la depuración, pero también desde el riesgo. Él escribió: «Un hombre camina por un espacio vacío mientras otro le observa, esto es todo lo que alguien necesita para construir una obra de teatro».
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