El peso de los sueños

Imanol Arias, junto a Jon Arias y Carlos Serrano-Clark en una escena de 'Muerte de un viajante' Sergio Parra
Diego Doncel

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En 'Muerte de un viajante', Arthur Miller no solo retrata la cara B del sueño americano, sino también la cara B del hombre de hoy. «Hay que partirse el cuello para ver las estrellas», dice el protagonista, Willy Loman, como consejo a su hijo, pero Willy se parte el cuello trabajando sin descanso y al final solo ve el cubo de la basura donde está su propio derrumbe, su propio fracaso. Viajante de comercio, atraviesa el país durante treinta y tantos años comerciando con telas, visitando establecimientos con el muestrario en la mano, para al final darse cuenta de que en realidad con quien comercia, a quien vende es a sí mismo. La obra recrea las horas finales de este pobre hombre y la galería de fantasmas en que se ha convertido todo. Loman ha intimado tanto con el capitalismo, con su sistema de trabajo, esfuerzo y triunfo, que el capitalismo contamina lo más profundo de su ser hasta convertirlo en un hombre sin atributos, en un hombre que no puede establecer diferencias entre lo doméstico y lo puramente laboral, en un hombre para el que la familia, de alguna manera, es otra forma de empresa.

De ahí que 'Muerte de un viajante' nos hable de las grietas de América, es decir, de las grietas de este mundo nuestro. Tanto las grietas de ayer (1949, cuando se estrenó la obra) como las de hoy. Dos hijos que ven el futuro como un horizonte incierto, que no han podido integrarse en ningún sistema de bienestar, un padre que vive en el autoengaño, en el adulterio, en la incomprensión o en la falsa esperanza, y una esposa que simboliza el fracaso del modelo de ser esa última compañera fiel.

Rubén Szuchmacher, el gran director argentino, hace una maravillosa, profunda y emocionante versión, de gran belleza crítica y desasosegante mirada hacia los abismos de ese alma reducida tan solo a un valor económico. Monta ese infierno de ladrillos grises donde no crece ni una planta, y resuelve muy bien esa proyección de la mente de Willy Loman al conversar en flashback con sus fantasmas, con sus recuerdos. La dimensión de realismo onírico, de perturbación y de caída está perfectamente conseguidas a través de la interpretación de Imanol Arias, que resuelve magistralmente todas las quiebras de la personalidad de Loman. De la misma manera que Cristina de Inza no deja de abrir magníficamente esa magnitud de víctima (sin haber hecho nada por serlo, solo amar y comprender), y lo hace con todos sus gestos, sus palabras y su emoción que prende enseguida en el patio de butacas.

Por todo ello, 'Muerte de un viajante' es teatro de alto voltaje, conmueve, hace reflexionar y nos pone ante el espejo ese tipo de mundo que llevamos décadas construyendo donde el dinero es el centro de todo, el pasaporte hacia una felicidad inalcanzable.

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