Pesadillas de un perdedor

Woody Allen es culpable, mientras no se demuestre lo contrario, de confundir al mundo entero y hacerle creer que, en algún momento de «Casablanca», Rick (Humphrey Bogart) le pedía a su pianista Sam (Dooley Wilson) que tocara otra vez una pieza: «Tócala otra vez, Sam». Pero esa frase no está en el guión de la mítica película, sino que proviene del título de la obra que el cineasta estrenó en Nueva York en 1969, protagonizada por él mismo: «Play it again, Sam». Llevada al cine por Herbert Ross, supuso el despegue de Allen.

Ahora la presenta en el Teatro Lara el hiperactivo Ramón Paso (que ha heredado de su abuelo, Alfonso Paso, esa facilidad para la ubicuidad en la cartelera), en una función tan modesta y desprovista de pretensiones como, precisamente por ello, fresca y natural.

Paso tiene un magnífico aliado en el texto de Woody Allen; las desventuras de ese personaje irritantemente neurótico, que hace de la autocompasión un modo de vida, siguen teniendo un gancho cómico irresistible. Los diálogos del neoyorquino son vivos, rápidos, las situaciones hilarantes; sus personajes están perfectamente dibujados (su amigo Dick es un obseso del teléfono, con situaciones que impiden «actualizar» a nuestros días, marcados por el móvil, la obra). En el haber del director está no interponerse entre el autor y los espectadores y no ejercer de «director», marcando perfectamente el ritmo que marca el texto.

«Sueños de un seductor» (título que se dio en España a la película de Ross) tiene un protagonista absoluto: Allan Felix; con él se adentró Allen en lo que hoy conocemos como «autoficción», ya que la línea que separa al personaje del propio autor es finísima. César Camino camina por esa senda caricaturesca con total comodidad, pero no se excede y logra una interpretación llena de comicidad. Le secunda un reparto entregado y correcto, en el que destaca el saber estar de Sergio Otegui como Bogart.