Otra «Gaviota» si gustais

Irene Escolar y Nao Albet Efe
Julio Bravo

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Prosigue Álex Rigola con esta adaptación del más célebre texto de Chéjov un camino que inició con otra obra del autor ruso -«Tío Vania»- y continuó con Ibsen -«Un enemigo del pueblo»-; la fórmula, a grandes rasgos, consiste en que los actores nos cuentan la obra; no la representan. Y lo hacen pisando siempre la frontera que los separa de sus personajes, de tal modo que se juega en escena con la ambigüedad de si se refieren a estos o a ellos mismos. Como ejercicio actoral, me imagino que debe de resultar apasionante; una manera diferente de abordar el oficio. Para el espectador, resulta muy atractivo encontrarse con unos intérpretes que se plantan delante de él tal y como son (suben al escenario con su propia ropa de calle) y se dirigen a él con (fingida) naturalidad. Para ser honrados con el público, el espectáculo (muy entretenido) no debería presentarse como «La gaviota», de Chéjov, sino de otra manera.

La adaptación de Rigola, un magnífico hombre de teatro y gran conocedor de Chéjov, resulta atractiva. Es verdad que el material original lo es; en «La gaviota» el autor ruso perforó con maestría el alma de sus torturados personajes y a través de su historia habló de muchas cosas pero, sobre todo, de una: el fin de una era; de la muerte del viejo régimen y la irrefrenable irrupción de una nueva sociedad. En esta versión este aspecto queda un tanto diluido, y la forma puede en ocasiones con el fondo. Para lograr que el público «se crea» la cotidianeidad que desprende el escenario -dos mesas de trabajo, una pantalla, un banco y un sillón son sus únicos elementos- y acoja la espontaneidad de los actores, estos han de trabajar mucho y muy bien. Rigola ha contado con seis intérpretes (cinco actores y un dramaturgo, Pau Miró, metido a actor para la ocasión) entregados y convencidos, que llevan a buen puerto la propuesta. Destaca, por encima del resto, el buen hacer de Mónica López (aunque su personaje sea el que más nota el «descafeinamiento» de la versión), con un monólogo conmovedor. A la magnética actriz que es Irene Escolar le sobra algo de «intensidad», mientras que Nao Albet encara de forma sobresaliente el desparpajo, la ironía y el tormento de su personaje.

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