CRÍTICA DE TEATRO
«Ana el once de marzo»: corazones concéntricos
La obra de Paloma Pedrero narra una historia enmarcada en los atentados terroristas ocurridos en Madrid hace doce años

Lamentablemente, el terrorismo yihadista no se apea de la actualidad más sangrienta. Paloma Pedrero escribió esta emocionante pieza acuciada por las matanzas del 11-M en Madrid y como parte de un proyecto pilotado por Adolfo Simón , que convocó a varios dramaturgos para que crearan obras en torno al trágico suceso. Los ecos aún recientes de los atentados en París y Bruselas añaden doloroso sentido a este trabajo estrenado ahora y que sitúa muy bien los conflictos personales en la perspectiva global de la amenaza del islamismo radical sin caer en el reduccionismo injusto de incluir a todos los musulmanes en el ámbito de los asesinos.
«Ana el once de marzo» (***)
Autora: Paloma Pedrero. Dirección: Paloma Pedrero y Pilar Rodríguez. Iluminación: Carlos Sañudo y Susana Romero. Escenografía y vestuario: Gracia Bondía. Intérpretes: María José Alfonso
Blanca Rivera
La Ana del título son tres mujeres así llamadas, relacionadas todas con un hombre que viajaba en unos de los trenes con destino a Atocha destrozados por las bombas. En la incertidumbre de saber si está vivo o no, se debaten su madre, que entre las brumas del alzheimer rememora en una residencia su propio matrimonio aburrido y la infancia del hijo ausente, la esposa de este, que en un hospital donde han trasladado a las víctimas teme confirmar que ha perdido definitivamente a su marido, y la amante del mismo, angustiada porque el hombre no responde a sus llamadas telefónicas. Completan el friso femenino, Amina, una madre mahometana cuyo hijo también viajaba en uno de los trenes, y Julia, la amable enfermera que atiende a Ana madre.
La autora estructura una sucesión triangular de escenas en torno a las tres Anas y mantiene en punta el ritmo de la acción mientras los testimonios de las mujeres dibujan el perfil del desaparecido. Con elementos bien medidos, crece una función contenida, directa y eficaz, con la emoción como hilo conductor. María José Alfonso compone una madre deliciosa, un prodigio de intención y gracia; estupendo el contrapunto entre la esposa y la amante, interpretadas respectivamente por Blanca Rivera y Marta Larralde ; magnífica la sensible composición que hace Laura Toledo de Amina, y simpática la enfermera encarnada por Ana Peinado. Un pero: el carácter descarnadamente feminista de la obra –la violencia siempre se atribuye a los hombres, a los que la madre califica sin ambages y universalmente de gilipollas– se subraya, a mi juicio de forma innecesaria y postiza, en un final simbólico propio de una función escolar: las cinco mujeres levantan entre todas, brazos arriba, una bola del mundo.