CRÍTICA DE TEATRO
«Olvidémonos de ser turistas»: vidas en tránsito
Aunque sabemos que, en el curso de un viaje turístico, Enrique y Carmen se encuentran en un hotel en Brasil próximo a la triple frontera entre ese país, Argentina y Paraguay, ¿hacia dónde se dirigen realmente tal vez sin ser del todo conscientes de ello? Llevan casados más de treinta años y, pese a que aún se adviertan las brasas de un afecto ya casi pretérito, la crisis latente les explota de improviso y pone al descubierto la distancia crispada que ha crecido entre ellos. Unos pocos trazos delicados y precisos le bastan a Josep Maria Miró para sugerir la ponzoña de un dolor secreto y antiguo, muy parecido al rencor, que Enrique y Carmen no saben asumir juntos. Pablo Viña y Lina Lambert deslizan toda esa información en una escena inicial concebida con tiralíneas.
La mujer desaparece y el hombre sigue su pista por Argentina en un itinerario, ya no turístico, que es al tiempo un viaje al centro de sí mismo y al de esa pena no formulada que el autor va desvelando en un impecable trabajo de decapado progresivo. En esa persecución, que es al cabo una maniobra de reencuentro y expiación, una y otro se encuentran con diversos personajes breves pero intensos, siempre asumidos por Eugenia Alonso (una limpiadora del hotel, una guía turística, una mujer solitaria encontrada una noche) y Esteban Meloni (un conductor de autobús, un tipo de un pueblecito, un sacerdote) en un soberbio ejercicio de transfiguración interpretativa. Un puñado de vida en tránsito cuyas órbitas se rozan.
La directora, Gabriela Izcovich , pone de relieve la poesía tan desencantada como terca del texto y devana sin estrépitos innecesarios, suave, austera y firmemente, la madeja de incertidumbre, cautela y misterio que contiene esta obra tan bien dialogada y llena de sutileza, desazonante melancolía y ternura contenida.