«Numancia», de Cervantes: un bosque de símbolos

El Teatro Español rinde homenaje al autor del Quijote con esta obra, dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente

Alberto Velasco y Beatriz Argüello, en una escena de «Numancia» Javier Naval

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

En esta « Numancia » cervantina agita sus ramas, aquí y ahora, un bosque de símbolos. Un enramada trémula a la que se asoma España, incluida como personaje por el autor y que en esta versión Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño desdoblan en un hombre y una mujer; aúlla la Guerra, paridora del Hambre y la Enfermedad; gravita terrible el peso del poder frente a la dignidad orgullosa; ondea la libertad como bien irrenunciable; estalla la sufriente condición humana. Y en el vértice coyuntural de esta apuesta, es inevitable citar que, justo cuando se estrena este montaje, la numantina dirección del Teatro Español sufre el cerco de los implacables escipiones municipales deseosos de hacer del coliseo madrileño territorio conquistado por su maquinaria partidista.

«Numancia» (****)

Autor: Miguel de Cervantes. Versión: Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Escenografía: Alessio Meloni. Vestuario: Almudena Huertas. Iluminación: José Manuel Guerra. Música: Luis Miguel Cobo. Audiovisuales: Miguel Ángel Raió. Intérpretes: Beatriz Argüello

Alberto Velasco

Cervantes escribió « El cerco de Numancia » en torno a 1585, cuando aún no se había agostado su ilusión de triunfar en el teatro. El asedio de la capital arévaca en el siglo II a. C. por las tropas romanas se prolongó durante años, convirtiendo el enclave en emblema de resistencia y dignidad. En esa perspectiva épica y colectiva lo sitúa Cervantes y su potencial simbólico ha sido ajustado a los momentos históricos en que ha subido a los escenarios. En el censo de quienes han realizado versiones o adaptaciones figuran los nombres de Rafael Alberti, que realizó dos, Jean-Louis Barrault , Robert Marrast y André Reybaz, Nicolás González Ruiz y Jean Lagénie , entre otros. En la suya, De Cuenca y Mariño han realizado un notable esfuerzo de condensación, eliminado personajes, cambiado el nombre de alguno (Marandro se llama aquí Leonelo) y llevado a cabo una valiente y espléndida reescritura de algunos pasajes desde la óptica de la contemporaneidad y con un sensato, esperanzado y apartidista uso de la interpretación histórica, empleando de forma admirable las mismas variantes métricas que el autor: solemnes octavas reales, tercetos encadenados, ágiles redondillas y un entramado de endecasílabos blancos cuando se necesitaba.

Una versión elástica y vibrante sobre la que Juan Carlos Pérez de la Fuente ha realizado uno de sus mejores trabajos de puesta en escena, imbuido de contundencia épica y desazón humana, que contiene hermosas imágenes de filiación surrealista y algún tenso momento de desgarro esperpéntico. Decisivos en el empeño la imponente escenografía de Alessio Meloni, el estupendo vestuario de Almudena Huertas y la luz trágica de Juan Manuel Guerra . La interpretación de los doce actores que componen el elenco se entiende en esa formidable clave colectiva sin fisuras; quizás, por citar algún nombre sin demérito del resto, destacar el dúo de Beatriz Argüello y Alberto Velasco , intensos e inquietantes como la doble España y otros personajes alegóricos.

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