CRÍTICA DE TEATRO
«Nina»: un largo adiós
El teatro Fernán Gómez presenta la obra de José Ramón Fernández, que fue premio Lope de Vega en 2003
Formé parte del jurado que otorgó a «Nina», de José Ramón Fernández , el Premio Lope de Vega 2003, asistí a su estreno en 2006 en la que luego sería la sala Margarita Xirgu del Teatro Español y aún no había sido acondicionada para ello: la barra de la antigua cafetería conformaba un espacio escénico ideal para este texto desolado con unas briznas de esperanza angosta palpitando al fondo. Y también vi, en la Sala Guindalera , el montaje que ahora, más redondo y complejo, ha recalado en el Teatro Fernán Gómez. Tras esta retahíla de abuelo Cebolleta he estado a punto de cambiar el título de estas líneas por algo parecido a «Nina y yo», porque me siento de alguna forma vinculado a esta pieza.
«Nina» (****)
Autor: José Ramón Fernández. Dirección: Diego Bagnera. Intérpretes: Muriel Sánchez
José Bustos y Jesús Hierónides. Teatro Fernán Gómez. Madrid.
Les ruego por ello que me permitan rescatar algunas frases de la crítica que escribí en 2006, pues también aquí, y acaso más que antes, «la lentísima, triste, devastadora, sublime trompeta de Chet Baker se adueña del espacio y, como una caricia largamente demorada, desgrana las notas de una balada para una gaviota herida». En este texto hermoso, rozado por las alas de la desolación, Fernández recrea efectivamente los ecos de « La gaviota » chejoviana desde el mismo título de la obra, que narra el regreso, como un fantasma empapado de derrota en una noche de tormenta, de la joven que quiso ser actriz a la localidad costera donde nació. Trigorin, Treplev, Masha, Arkadina, Medvédenko... se asoman tras Pedro, Gabi, María, Irene, Blas... los nombres que se citan en el curso de la función, concentrada en sólo tres personajes: Esteban, el recepcionista y encargado del bar del hotel donde se aloja Nina, esta y Blas, trasunto de infeliz Medvédenko , que también trabaja en el hotel y formaba parte de la pandilla de la joven.
Los antiguos amigos recrean diez años después un imposible retorno al pasado , un intento de rectificación de lo que fue; son dos animales maltratados, tan desconfiados como anhelantes; cada uno se reconoce en las heridas del otro aunque comprende que el amor no es lo mismo que la necesidad de afecto. El autor siembra el texto de referencias cronológicas y generacionales: la música de Brian Adams, Anette Benning desnuda en «Los timadores», el baile pop-cañí de Las Grecas..., una mirada hacia atrás como superación de lo vivido, estímulo para romper la inercia aniquiladora de la costumbre, y también como broche de un largo adiós, probablemente definitivo .
Todo esto lo enhebra muy bien en el pulso de la función la puesta en escena de Diego Bagnera , impregnada de esa sensación de provisionalidad que tiene el regreso de Nina, fascinante personaje encarnado con sensibilidad arisca y vulnerada por Muriel Sánchez , una actriz que declina con sutileza los matices del fracaso. Frente a ella, José Bustos es un Blas chejovianamente atrapado en la ciénaga de la inacción y Jesús Hierónides , un eficaz Esteban que cumple las funciones de catalizador de la obra.