Una mujer que crea su propia vida
Estrenada en 1963 en el Teatro de la Comedia, 'La bella Dorotea' es ya un clásico de Miguel Mihura. En ella el autor vuelve a poner sobre el escenario ese sueño de unas vidas vulgares sobre el que tanto le gustaba escribir. Él la definió, no sin ironía, como «la historia romántica de una mujer decente». La naturaleza ingeniosa de la trama (que ya alabó Torrente Ballester) y la naturaleza ingeniosa de su humor no le hacen evitar la sentimentalidad y el costumbrismo. Mihura fue un sentimental con guasa, un costumbrista que se hace saltar por los aires, un sarcástico y un tierno. Mihura, como en cierta medida Ramón Gómez de la Serna, no ve la realidad con ojos sombríos sino como un juego, como un diálogo entre la apariencia y el engaño. El juego aquí se establece entre los sueños de matrimonio de Dorotea y la realidad que los niega. A Mihura le gusta partir de un orden, en este caso la boda de Dorotea con Fermín, para crear un caos: la huida del novio y el duelo y la rebeldía de esta mujer hacia ese pueblo murmurador e infame que ha arruinado su vida y ante el que reacciona no dejando de vestir el traje de novia hasta que encuentre un nuevo marido.
Mihura critica la normalidad por extraña y crea un argumento disparatado en el que defiende el poder de la individualidad y la voluntad. En la versión actual de Ochandiano la acción se traslada de 1900 a 1970, justo el momento en que las mujeres españolas retomaban la idea de poder crear su propia vida frente a una cultura, una tradición y unas leyes que las marginaban. Frente a la hipocresía, la cerrazón y la maldad sociales, Dorotea defiende la bella locura, el vitalismo de ser. Mihura fue el misógino que nos dejó el salvaconducto para ver los sueños que viven en el alma de las mujeres porque eran la parte débil de una sociedad firme en creencias y en ideas. Y fue ese genio capaz de crear sorpresas e intrigas, como ocurre en el final de esta obra.
'La bella Dorotea' de Amelia Ochandiano es ágil y moderna, a la medida de la sensibilidad de hoy. Su aparente ligereza, su humor sin concesiones esconden esa mirada hacia una sociedad envilecida por el ruido de la murmuración. Un Miguel Mihura que no defrauda.