Mirar hacia atrás sin ira
Aunque el uso sesgado y partidista haya desvirtuado el término, lo cierto es que la ‘memoria histórica’ es un sano ejercicio para cualquier sociedad. Esa memoria le ha permitido a Laia Ripoll rescatar a Luisa Carnés, una de las voces femeninas de la Generación del 27, a quien el exilio, además de otros factores, llevó al olvido. La directora ha transformado su novela ‘Tea Rooms’, publicada originalmente en 1934 y reeditada hace pocos años, en una función de teatro. En una deliciosa función de teatro, hay que decir. Luisa Carnés escribió, basándose en sus propias experiencias, la historia de un grupo de trabajadoras y dependientas de una céntrica pastelería madrileña en los convulsos años treinta del siglo pasado. Su relato es al tiempo el retrato de la sociedad de la época; el de la penuria económica, el del sufrimiento, el de las diferencias de clases, el de las apariencias, el de los silencios, el de los miedos, el de las aspiraciones y los sueños, el de las injusticias...
Laia Ripoll traslada a escena con mucha ternura esas historias -una mujer que oculta su condición de casada para no perder su empleo, otra que es ahijada del dueño y trabaja con despreocupación, una tercera que es un feroz cancerbero...-, en las que no hay una palabra más alta que otra, en cuyo relato no se respira rencor ni tampoco resignación. Es un relato afligido, pero hermoso y poético en su pesadumbre. Han pasado casi cien años y la situación, especialmente para la mujer, ha cambiado mucho, pero cualquiera puede reconocer todavía hoy a Matilde, a Antonia, a Laurita...
La palabra y la interpretación son la columna vertebral de esta función, llena de pequeños detalles, con una magnífica ambientación (casi se puede oler) y un tempo exacto en la relación entre la escena y las proyecciones que enmarcan la acción. Las seis actrices forman un coro afinado, en el que actúa como ‘solista’ una Paula Iwasaki de gesto y voz siempre acertados.