«Marie», un alegato razonablemente feminista
El teatro musical contemporáneo descubrió hace tiempo que el escenario pequeño se maneja como el tubo de ensayo en el que líquidos y sólidos soportan con facilidad pruebas de muy distinto tipo. El espacio propende a la síntesis, los medios se manejan con cercanía, las disfunciones en las que se incurra entran dentro de lo tolerable y no generan mayores daños, y los aciertos que se consiguen invitan a seguir explorando líneas afines. Con buena lógica, el Teatro Real coloca este repertorio en lugares próximos a su sede oficial, a los que ahora se incorpora el Teatro de la Abadía donde se ha estrenado «Marie», obra ideada por la libretista Lola Blasco y el músico German Alonso. La primera función del martes se aplazó cuatro días por razones climatológicas. Aún así, Filomena no ha puesto fácil acercarse al teatro, lo que incrementa el mérito de los espectadores que completaron el aforo, que atendieron con interés y aplaudieron entusiastas tras casi dos horas de representación.
Blasco, Alonso y otros colaboradores han explicado al detalle el proyecto de esta «tragedia contemporánea en dos actos» que se presenta sostenida sobre en una armadura teórica importante. Según escribe el director de escena Rafael R. Villalobos: ««Marie» propone precisamente una vuelta a ese origen del género a partir de una superposición de lenguajes —ensayístico, dramático y lírico— que componen una obra multidisciplinar que, al igual que en los orígenes de la democracia ateniense, coloca una realidad sobre el escenario como semilla para el debate de la polis.» Hija de Woyzeck, personaje de Büchner que inspiró luego al genial Alban Berg, «Marie» construye un alegato razonablemente feminista, en defensa de la madre soltera, de su libertad sexual, señala las dificultades sociales a las que se enfrenta y transversalmente narra el asesinato por parte de su amante. Se dice que es el drama de la mujer actual, y como tal se describe con aspereza apoyado en un texto por el que circula lo ordinario y lo sublime, en el que se entrecruzan referencias culturales muy diversas, desde Rousseau a Sade, por citar lo inmediato, además de las reflexiones personales de la propia Blasco. A la autora se le escucha escribiendo el libreto: narra y comenta la acción con voz grabada y lo hace a través de una lucubración que, en su retahíla, desemboca en el desvarío, peca de aparatosa, y sostiene analogías de difícil sentido.
La ambición contenedora de la obra opera con dificultad desde la perspectiva narrativa pero también desde la propia estructura concebida mediante superposición de planos, tiempos y lenguajes. En ella se implica el texto y la música configurando un híbrido, mezcla de narración, teatro hablado y teatro cantado. Alonso abastece de música incidental los parlamentos, remarca efectos y da forma a las escenas protagonizadas por Marie y Woyzeck con voluntad operística, si es que esta palabra sirve para concretar lo que comúnmente se entiende por teatro cantado. La grabación de una base sobre la que trabaja una pequeña plantilla instrumental en vivo apunta, asimismo a una mezcolanza que se diluye en un estilo personal. Alonso maneja con habilidad el plano instrumental y se mueve con rigidez en el vocal, no tanto en la intencionada caracterización de los registros como por las soluciones que encuentra a la siempre compleja definición de una «linea» vocal suficientemente holgada. Los instrumentistas del proyecto Ocnos se entienden muy bien con esta música que conocen tras otras aventuras previas con Alonso, como la ópera de cámara «The Sins of the Cities of the Plain».
Protagonizan la obra Nicola Beller Carbone y Xavier Sabata (a quienes sustituirán Valentina Coladonato y Jordi Domènech en una de las representaciones) y en su actuación se aprecia el entusiasmo de quienes colaboran a cimentar algo orgánico. Junto a ellos hay un interesante plantel de actores con evidente escuela. Y al derredor está la propuesta de Villalobos, quien opta por un suelo de grava negra y una cruz colgada e iluminada perimetralmente, cuya simbología se rearma con la aparición inicial de Dios uniendo a la pareja en un celestial acto creativo. La idea general implica una construcción escenográfica poco original, pero tiene a su favor el resultado, gracias al oficio de un director que sabe generar espacios creíbles con las herramientas mínimas. El escenario de la sala San Juan de la Cruz es un soporte que sirve con decoro a las alegorías y alusiones amalgamadas en el largo viacrucis de la protagonista. La propuesta es esencialmente potente, pero el encaje, el delirio conceptual acaba por aflojar la tensión . A «Marie» le devora su propia naturaleza.
Noticias relacionadas