Lluís Pasqual
Rosa María Sardà: instrumento único
La Sardà tenía esa capacidad para vivir la vida, y tratarse a sí misma, con sentido del humor
«Cómo no lo va a hacer bien; si yo ensayara tanto como ella, lo haría igual de bien que ella»... Estas palabras de Rafael Anglada sobre Rosa María retratan su tenacidad; era más tenaz que ninguno de nosotros, se preparaba muchísimo para cualquier trabajo. Lo sé bien, porque hicimos juntos cerca de una docena de espectáculos desde 1978. En el primero interpretaba a dos personajes: Rosa y María; éste segundo era una mujer enferma de cáncer, una palabra que entonces era un tabú –en Cataluña se decía «mal dolent»– y que ella contaba con una gran naturalidad. Años después la dirigí en «Wit», en el que otra vez encarnaba a una mujer con esta enfermedad. «Así, ya me voy preparando por si algún día la tengo», me decía.
La Sardà tenía esa capacidad para vivir la vida, y tratarse a sí misma, con sentido del humor. Cuando empleamos con alguien el «La» –«La» Caballé, «La» Espert– es porque esa persona tiene un color que nadie más posee. Ningún actor es igual que otro, pero hay intérpretes que son insustituibles, porque son, ella lo era, instrumentos únicos.
La noticia es muy triste;no solo para mí, porque éramos amigos y la echaré a faltar, sino porque La Sardà pertenecía a la gente. Tenía esa rara cualidad de llegar al corazón, de hacer reír incluso cuando no quería hacerlo, de poner el corazón del espectador en un puño y llegar a él de una manera franca.
Era una mujer amante de la palabra, una gran lectora –hablaba de Proust como alguien de la familia– y una magnífica escritora –su libro «Un incidente sin importancia» es precioso– y, por encima de todo, una mujer libre y consecuente con esa libertad.