«¡Qué largo me lo fiáis!»: «El burlador de Sevilla», de nuevo en la escena madrileña

Crítica del montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de la obra de Tirso de Molina

Raúl Prieto y Mamen Camacho, en una imagen de «El burlador de Sevilla» MarcosGPunto

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Es probable que hubiera algún antecedente, tal vez en forma de leyenda, pero es el don Juan de Tirso de Molina -o del fantástico Andrés de Claramonte como afirman diversos estudiosos- el primero que contribuyó a convertir al personaje en arquetipo del imaginario universal. El fraile mercedario cimentó el mito del galán canalla y descreído en el primer cuarto del siglo XVII, dibujando como fondo doctrinal el castigo de la confianza fanfarrona y culpable, ese « ¡Qué largo me lo fiáis! » con el que don Juan, que ve lejano el juicio divino y no teme la justicia humana, navega sobre el mar de sus fechorías protegido por su elevada posición social, hasta que don Gonzalo de Ulloa, una de sus víctimas, lo arrastra irremisible y ejemplarizantemente a los infiernos.

Borja Ortiz de Gondra ha afinado un versión muy ágil, con algún añadido de otras piezas, que Josep Maria Mestres dirige con solvencia en una onda transversal acorde con una concepción estética que combina propuestas indumentarias de distintas épocas, tal vez para incidir en el carácter atemporal y movedizo del protagonista. A la cabeza de un buen reparto, Raúl Prieto es un don Juan de afilada y seductora amoralidad mundana y Pepe Viyuela da una lección de buen hacer como su criado Catalinón.

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