El lado siniestro de las pasiones

Una imagen de «Bajazet-en considérant “Le Théâtre et la peste”» Mathilda Olmi

Diego Doncel

El último montaje de Frank Castorf acaba de pasar por Madrid. Todavía resonando los aplausos de su estreno mundial en el Théâtre de Vidy-Lausanne en octubre pasado y de su participación en el Festival de Otoño de París a principios de diciembre, «Bajazet-en considérant “Le Théâtre et la peste”» vuelve a acreditar a Castorf como uno de los grandes directores europeos de teatro. Desde 1990 hasta 1992 fue director principal del Deutsche Theater Berlin. Y desde la temporada 1992/93 hasta 2017 Frank Castorf dirige la Volksbühne am Rosa-Luxemburg-Platz de la capital alemana. Polémica y aclamada ha sido su versión de «El anillo de los Nibelungos» para el festival de Bayreuth en 2013.

Nadie como él ha llevado el impulso postmoderno de la deconstrucción hasta los límites perturbadores a los que nos tiene acostumbrados, y nadie como él ha hecho de ello un material de belleza convulsa, desgarradora y reflexiva. El mundo de Castorf es expresionista porque sus retratos, es decir, sus historias son siempre interiores, de una intimidad deformada por la violencia de los sentimientos, por la. En «Bajazet-en considérant “Le Théâtre et la peste”» pone a dialogar la obra de Racine con el texto de Antonin Artaud y crea un espectáculo de profunda tensión entre una obra indudablemente narrativa y la negación de la narratividad teatral; y nos invita, sobre todo, a un viaje por las grietas de la mente de unos seres que se enfrentan a un hiato trágico entre sus pasiones amorosas o sus miedos y las pasiones o miedos que acarrea el ejercicio político del poder. «Bajazet…» posee una mirada no tanto sobre un argumento como sobre las dimensiones de la fractura sentimental que pesa sobre cada uno de los personajes. La fractura del amor y el destino equivocado de Roxane que, siendo la favorita del sultán, se enamora del hermano de este: Bajazet, quien la utiliza para sus ambiciones personales.

En «Bajazet…», como en toda la dramaturgia de Castorf, la escenografía, la iluminación y el vídeo buscan acentuar esa atmósfera de ruptura psíquica, la lucha feroz de unas almas contra el lado siniestro, patológico de las pasiones. Mención aparte y destacada merece el plano interpretativo, llevado a cabo desde una posición de extrema exigencia, exigencia gestual, vocal por la que llegan a crear un coro de gritos, una compañía de fantoches que se arrastran por el lodo de sus continuos puntos de fuga.

«Bajazet…» son cuatro horas de teatro intenso, perturbador, paródico, morboso, irritante y de un humor negro profundo. También de un estatismo que intenta ser, como diría Vila- Matas, un viaje vertical. Siempre heterodoxo, Castorf hace de la exageración un principio formal y de la vida una ética de la ruptura, tal vez porque lo convencional es un retroceso político.

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