Humor, teatro y guerra

Lucía Quintana y Juan Echanove, en una escena de 'Ser o no ser' Teresa Romig
Julio Bravo

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Llevar al teatro una de las grandes películas de la historia del cine como es 'Ser o no ser', la obra maestra de Ernst Lubitsch, es un arma de doble filo. Por un lado, es difícil echar a perder la historia narrada en un guión que roza, si no alcanza, la perfección; pero, al mismo tiempo, el listón está muy alto y, a pesar de ser un medio diferente, puede provocar grandes decepciones. No es el caso de la función dirigida por Juan Echanove y estrenada en el Teatro de La Latina de Madrid, un magnífico espectáculo donde caben la sonrisa, la carcajada y también la emoción, y en el que se sortean con inteligencia los escollos que plantea la traducción del lenguaje audiovisual al escénico.

Admira y sorprende que Ernst Lubitsch -la historia original fue suya y de Melchior Lengyel, y el guión lo escribió Edwin Mayer- tuviera la distancia necesaria como para, en plena guerra mundial, reírse de la situación y convertir la tragedia en comedia. Posiblemente, los apóstoles de lo políticamente correcto se hubieran echado encima del director alemán y, quizás, no hubiera podido rodar la película. Estremece que, ochenta años después de su estreno, y en pleno siglo XXI, los hechos que cuenta guarden tanto parecido con la realidad actual.

'Ser o no ser' cuenta la historia de una compañía teatral polaca en los días previos a la invasión de Polonia por las tropas de Adolf Hitler; una serie de circunstancias obligará a los actores a involucrarse en labores de espionaje y a colaborar con la Resistencia, lo que les llevará a convertirse en héroes de la patria. Todo ello envuelto en una historia salpicada de celos y egos, de enredos amorosos y situaciones arriesgadas que es, igualmente, una declaración de amor al teatro y a los actores.

Bernardo Sánchez, adaptador de cabecera de Juan Echanove -su primera colaboración, 'El verdugo', se remonta al año 2000-, logra que la historia respire en escena con la misma naturalidad que en el celuloide y siembra el texto de minas, alguna de cosecha propia, que hacen estallar al espectador de risa cuando las atraviesa. Juan Echanove dirige la función con exactitud en la batuta, justeza en el tono y mimo a sus afinados instrumentistas; el uso de las imágenes cinematográficas le sirve, además de para salvar escollos, para rendir un bello y sutil homenaje a la película de Lubitsch. Su encarnación del ególatra Josef Tura es tan cómica como minuciosa, tan justa como coloreada; a su lado, Lucía Quintana compone una Maria Tura deliciosamente pícara, y el resto de intérpretes aportan eficacia a los distintos papeles que interpretan.

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