La hospitalidad, una forma de extrañeza

Pinter es capaz de ver los pequeños actos de violencia cotidiana y le gusta expresar a esos seres de los márgenes y sus psicologías a la deriva buscando un orden que se les niega constantemente

Joaquín Climent y Juan Díaz, en 'El cuidador' Miguel Ángel de Arriba
Diego Doncel

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Entre el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad, entre el realismo y el naturalismo, 'El cuidador' de Harold Pinter es una de las grandes obras del dramaturgo inglés, premio Nobel de literatura en 2005. Estrenada en 1960, es una pieza en la que Pinter encuentra una voz dramática y una manera de hacer inconfundibles, una voz personal que crea ya esa atmósfera de desarraigo, de inquietud y de incertidumbre que nos da un sello personal y una manera propia de ver el mundo. Como gran dramaturgo de los espacios cerrados, la habitación o apartamento llena de trastos donde se desarrolla la acción se convierte en el gran personaje, en ese campo de batalla existencial, político y metafísico tan propio del teatro de Pinter. A ella, a esa habitación en medio de una casa deshabitada, va a parar Davies, un mendigo dispuesto a sobrevivir utilizando todos los modos del cinismo, y en ella ejercen su dominio los hermanos Aston y Mike. Tres seres, por tanto, tres vidas en las que la compasión se va a convertir en una amenaza y donde la hospitalidad se tornará un pequeño infierno, una dislocación, un desorden y un sinsentido. Los tres se encuentran mentalmente desubicados y muestran todo un laberinto de relaciones que dialogan no para conocerse sino para desconocerse, y que a medida en que se tratan y muestran su intimidad más extraños se vuelven.

'El cuidador' habla del otro, de la comunicación con el otro y su cuidado, y de hasta qué punto esa comunicación es una estrategia de poder, un absurdo, un engaño, una manera interesada de supervivencia. Pinter es capaz de ver los pequeños actos de violencia cotidiana y le gusta expresar a esos seres de los márgenes y sus psicologías a la deriva buscando un orden que se les niega constantemente. En este montaje, por ello, el trabajo de los actores es fundamental, son los que sostienen un texto de densos y prolongados diálogos donde no falta el gesto cómico, pero donde asistimos fundamentalmente a un combate por encontrar un sitio, un refugio, una manera de estar a salvo no solo de uno mismo, sino de eso que llamamos sociedad y que expulsa a esos viejos Davies, a esos Aston y Mike que han fracasado y viven sobre las ruinas de ellos mismos.

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