Una historia de la ópera a través de sus grandes genios

CaixaForum Madrid propone un recorrido por los últimos cuatro siglos de Europa siguiendo los pasos de sus compositores más reconocidos

Piano tocado por Mozart en Praga en 1787 perteneciente a la exposición "Ópera. Pasión, poder y política", en CaixaForum EFE
Bruno Pardo Porto

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Ya desde su etimología, la ópera, plural de la palabra latina «opus» (obra), hace referencia a esa aleación de géneros que se dan cita en el escenario: poesía, música, danza, escultura, vestuario, iluminación, y un largo etcétera. Todo mezclado, nunca agitado. Quizás por eso la mejor forma de rendirle homenaje en un museo es recuperar esa diversidad, que llevada a una sala se parapeta bajo el mantra de «experiencia inmersiva». Así lo ha hecho CaixaForum Madrid con « Ópera. Pasión, poder y política », una muestra ideada por el Victoria & Albert Museum de Londres en colaboración con la Royal Opera House que ahora aterriza en España, donde permanecerá abierta hasta el 11 de agosto.

La institución propone un recorrido por los últimos cuatro siglos de Europa, siempre a través de sus grandes compositores y de sus aún más grandes composiciones. Se organiza en ocho ciudades que representan ocho épocas distintas, desde el Renacimiento hasta la Revolución Rusa , con un epílogo que nos lleva al presente. A cada una se le ha asignado un músico y una ópera, además, claro, de vídeos y diferentes objetos como partituras, pinturas, instrumentos y demás curiosidades: todo para trasladarnos a un tiempo que no es el nuestro. Pero, y esto es lo novedoso, la única forma de entender esta resumidísima historia de la ópera (y de este continente) es enfundarse los auriculares que el museo entrega en la entrada, y que van reproduciendo diferentes piezas según el lugar donde nos encontremos.

Todo comienza en Venecia en 1642, cuando la ópera, al poco de su nacimiento, salta del ámbito cortesano al gran público de la mano de Claudio Monteverdi . El lugar no solo se ha escogido por pintoresco, que también, sino porque más allá de las góndolas tenía (tiene) un gran número de teatros privados que se llenaban en los meses (en plural) del carnaval. Así se dio a conocer la obra seleccionada para este apartado: « L’incoronazione di Poppea ». De ella se conserva una partitura manuscrita que puede verse en una de las vitrinas de la exposición.

De Venecia nos vamos al Londres de Händel , que en 1711 estrenó «Rinaldo», una de las primeras óperas en italiano que tuvo éxito en la capital inglesa, ya por entonces centro del comercio global. El género, como vemos, iba trascendiendo límites: primero el social, luego el cultural. Nada extraño, porque según explica la comisaria Kate Bailey , este proyecto quiere contar «la historia de cómo la ópera se convierte en lenguaje universal».

Saltando en el tiempo llegamos a la Viena de la Ilustración, representada en este caso por « Las bodas de Fígaro », de Mozart , una obra protagonizada por personajes de la vida cotidiana de entonces, y que se representó en 1786 con un vestuario contemporáneo. Otro límite superado: ya se toca el presente en este noble arte de artes. La sala vienesa cuenta, por cierto, con una de las joyas más preciadas de la muestra: un piano tocado por Mozart en 1787 en Praga.

Después, el Milán de Verdi , con su ópera « Nabucco », de 1842, exponente del Risorgimento Italiano. Luego el París de 1861, momento en el que Wagner dio a conocer su « Tannhäuser », dividiendo a la crítica en dos. Y así caemos en la Barcelona modernista de 1896, parada diseñada expresamente para la versión española de esta exposición. Suena allí « Pepita Jiménez », de Isaac Albéniz , y la sala, en la que está la partitura original, se adorna con carteles de la época, así como con un retrato del compositor hecho por Ramón Casas .

Ya en Dresde conocemos el « fin de siècle », un tiempo en el que se empezó a cuestionar el rol de la mujer, que reivindicaba sus derechos, y en el que los convencionalismos del Antiguo Régimen se iban resquebrajando. Buen reflejo de ello es la versión de « Salomé » de Richard Strauss , de 1905, que con el marchamo de «ópera psicosexual» agitó el patio de butacas. Lo mismo que Shostakóvich , que se enfrentó a la censura de Stalin en 1934 con « Lady Macbeth del distrito de Mtsenks », programada en San Petesburgo: la ópera llegaba a las masas, y molestaba cuando se apartaba del discurso oficial.

A finales del XX la ópera vuelve a transgredir, pero en el ámbito artístico. Ahí están, para el caso, Philip Glass , György Ligeti o Stockhausen . Pero eso es otra historia.

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