«La hija del aire», una «tragedia bella hasta lo doloroso»

La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta la obra de Calderón de la Barca dirigida por Mario Gas

Marta Poveda y Agus Ruiz, en una escena de «La hija del aire» Laura Ortega
Julio Bravo

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A la reina asiria Semíramis le envuelve la leyenda. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la época de su reinado, y ni siquiera su existencia está probada. Pero, real o no, esta poderosa mujer ha servido de inspiración para artistas de distintas disciplinas: pintura -Degas, Reni, Backer...-, música -Gluck, Rossini...-, cine -«Duelo de reyes», «Semíramis, Esclava y Reina»...- y, naturalmente, la literatura; sobre ella escribieron, Dante, Shakespeare, Lope de Vega... Y Calderón de la Barca . El dramaturgo madrileño contó la historia de Semíramis en una de sus más enormes obras: « La hija del aire ». A pesar de su relevancia, la Compañía Nacional de Teatro Clásico no la había puesto en pie en sus cuarenta años de historia. Ahora repara esa ausencia con una producción que dirige Mario Gas , que se incorpora así al repertorio de nuestro Siglo de Oro, que tampoco había abordado nunca. La versión es de Benjamín Prado , y el reparto está encabezado por Marta Poveda , que encarna a la Reina asiria; la acompañan Agus Ruiz, Juan Díaz, Lander Iglesias, Ricardo Moya, Germán Torres, Marta Bertiu, José Luis Alcobendas, Pietro Olivera, David Vert, José Luis Torrijo, Ariana Martínez, Silvana Navas, Aleix Peña Miralles y Jonás Alonso. Completan el equipo una de las parejas más sobresalientes de la escena internacional de las últimas décadas, Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (vestuario), a quienen se suman Álvaro Luna (video-escena), Orestes Gas (música y audioescena) y Fiammetta Baldiserri (iluminación).

«Calderón es un autor complejo, no cabe la menor duda -dice Mario Gas-, y su teatro, reflejo existencial y también ideológico de una época convulsa llena de claroscuros y contradicciones . Sus mejores textos, sobre todo las tragedias, nos abocan a los abismos profundos del poder y a sus consecuencias vitales. “La hija del aire” y Semíramis son todo un prodigio escénico que nos sigue hablando de lo inaudito y sorprendente del devenir humano».

El director añade que ésta es « una de las obras más bellas, complejas y oscuras de Calderón, con un verso intrincado y difícil, y que aborda cuestiones tan diferentes como la mitología o la política. Es al tiempo una obra muy sabia, que nos habla con gran autoridad».

«Tragedia profunda, simbólica, bella hasta lo doloroso -dice el adaptador, Benjamín Prado-, tiene una lectura tan contemporánea que no conviene solapar de ningún modo sino, al contrario, ser potenciada en la medida de lo posible; sus reflexiones sobre la ambición, el poder, la lealtad, los celos, la tentación o el deseo merecen ser oídos sin perderse detalle».

El destino y el poder, temas tan calderonianos, forman la columna vertebral de «La hija del aire». «¿Podemos construir nuestro destino?, se pregunta la obra -interviene Helena Pimenta , directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico-; ni Calderón de la Barca ni este montaje responden a esa pregunta». «El poder ha cambiado poco -añade Prado-; el reflejo de la sociedad actual ya estaba en Calderón . Se habla sobre todo de cómo el ser humano enloquece cuando pierde el poder, cómo se llena de ira y de rabia para recuperarlo y cómo es capaz de pasar por encima incluso de su propia sangre. Y no se refiere solo al poder político, sino también al poder doméstico, al económico... Es una obra que da miedo». Marta Poveda defiende, como es preceptivo, a su personaje. «Semíramis está convencida de que todo lo que hace está justificado; siempre actúa por el bien de la patria... Y esa -reflexiona- es su enfermedad».

«Traduttore, traditore» (Traductor, traidor), dicen en Italia. Y en ocasiones podría decirse algo parecido de los adaptadores. «Para ser fiel hay que ser infiel», apunta Mario Gas. Y Prado se justifica: «No he querido ser ni respetuoso ni irrespetuoso -dice-. Esta versión es una reescritura integral de los casi ocho mil versos de “La hija del aire” , respetando los metros y las rimas; pero las palabras son, nueve de cada diez veces, otras, son lo mismo contado igual pero al mismo tiempo de otra manera, y buscan mezclar la música de la poesía de Calderón con otra, más actual,, lo menos alambicada posible».

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