CRÍTICA DE TEATRO
«Golem»: el triunfo de los autómatas
La compañía británica 1927 presenta este montaje dentro del Festival de Otoño a Primavera
En 2005, la coalición creativa de la escritora y performer Suzanne Andrade y el animador e ilustrador Paul Barritt , a la que un año después se sumaron los talentos de la actriz y diseñadora Esme Appleton y la pianista, compositora y actriz Lillian Henley , cristalizó en la fundación de 1927 , compañía teatral británica que crea filigranas de un género híbrido aproximadamente definido como teatro fílmico, una etiqueta a la que habría que añadir el concepto de novela gráfica para aproximarse más justamente al contenido de sus elaborados y hermosos trabajos cuya aparente ligereza alberga un poderoso envés de hondura crítica.
«Golem» (****)
Autora y directora: Suzanne Andrade. Dramaturgia: Ben Francombe. Animación
película y diseño: Paul Barritt. Música: Lillian Henley. Vestuario: Sarah Munro. Intérpretes: Charlotte Dubery
En su tercera propuesta escénica 1927 reanima al viejo « Golem » que el vienés Gustav Meynrik conjuró literariamente en 1915 en una novela que ha seducido a multitud de generaciones lectoras y cuya versión fílmica definitiva, dirigida en 1920 por Paul Wegener y Carl Boese , perpetuó en el imaginario de los terrores cinematográficos al inquietante hombre de barro. Esta puesta al día de la fábula sobre el humanoide autómata revisita el temor atávico a los peligros del progreso incontrolado y hurga en el trasfondo oscuro de la relación del ser humano con los ingenios mecánicos creados por él, un asunto ampliamente visitado por la literatura y el cine.
1927 fusiona en «Golem» actores, proyecciones cinematográficas y música en directo para conseguir una suerte de novela gráfica animada con texturas de cine mudo coloreado y una atractiva impronta estética cuyo carácter futurista lo mismo evoca el universo de los cineastas expresionistas alemanes que los ambientes urbanos de los años 60. Una maravilla imaginativa de singular empaque y compleja concepción, cuya brillante puesta en escena, impecable técnicamente, conjuga en perfecta sincronía intérpretes y efectos visuales y sonoros; un espectáculo rebosante de humor y sátira social, sombrío y siempre estimulante.
La parábola sobre los avances tecnológicos representados por ese Golem de barro –producido ya industrialmente y que evoluciona hacia versiones más perfeccionadas bajo aparente control humano– se proyecta hacia los cacharros electrónicos de los que ya no podemos prescindir cotidianamente. Como escribe el dramaturgo Ben Francombe en el programa de mano, los nuevos monstruos, «encogidos, virtuales, aislados [...] ya no se ven, reducidos al mero deslizamiento de nuestro índice, y muy distintos a los monstruos de Meynrik , aunque curiosamente similares a la vez: nuestros monstruos son desalmados y amorales; nuestros monstruos son tanto el bien como el mal; nuestros monstruos nunca desaparecen». Así que cuidadín con esos aparatos tan listos que nos dicen lo que hay que hacer.