CRÍTICA DE TEATRO

«Una gata sobre un tejado de zinc caliente»: lo que no se quiere saber

Amelia Ochandiano dirige la obra de Tennessee Williams, con Juan Diego, Eloy Azorín y Begoña Maestre como protagonista

Eloy Azorín y José Luis Patiño, en una escena de la obra ABC

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

« Una gata sobre un tejado de zinc caliente » supuso en 1955 el segundo Pulitzer para Tennessee Williams (logró el primero en 1948 por « Un tranvía llamado Deseo »), que escruta en ella una realidad familiar convulsa, disimulada por una red de convenciones mentirosas. En el imaginario pesa inevitablemente la película dirigida por Richard Brooks en 1958, con Elizabeth Taylor y Paul Newman como protagonistas y el gran Burl Ives en la piel del tonante «Big Daddy», que ya había encarnado cuando la obra se estrenó en Broadway dirigida por Elia Kazan .

«Una gata sobre un tejado de zinc caliente» (***)

Autor: Tennessee Williams. Versión y dirección: Amelia Ochandiano. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Iluminación: Felipe Ramos. Vestuario: María Luisa Engel. Intérpretes: Eloy Azorín

Begoña Maestre

Como se recordará, una cuantiosa herencia gravita sobre la tórrida velada de verano –mira que hace calor en las obras de don Tennessee– en que una acaudalada familia sureña se ha reunido para celebrar el cumpleaños del patriarca , al que se le ha ocultado que padece cáncer. El hijo mayor y su prolífica mujer intentan desplazar del testamento al menor, Brick, ante la indiferencia de este, cuya esposa, Maggie, luchará por evitarlo y avivar el deseo sexual de su marido, entregado a una minuciosa tarea de autodestrucción alcohólica tras la muerte de su mejor amigo.

Williams aviva la hoguera del conflicto con vientos de raigambre shakespeariana –el padre es una suerte de Lear enfermo y Brick, un Hamlet dipsómano inmovilizado entre el ser y el no ser– y una abundante carga de psicologismo reforzada metafóricamente por diversos elementos. Asuntos como la homosexualidad, la moral reprimida, la avidez por el dinero y el sentido de posesión vibran en una obra en la que, sobre la intimidad conyugal entre la voluntariosa Maggie y el indolente Brick, tiene más peso la relación entre este y su autoritario padre, lastrados ambos por la dificultad para expresar lo que realmente importa y aceptar lo que no se quiere saber: el peso de la verdad puede ser insoportable.

Así lo ha entendido Amelia Ochandiano , que en su versión –en la que ha utilizado la última retocada por Williams– y en su puesta en escena refuerza con buen criterio ese pulso. Pese a cierto desorden en la dirección de actores, el montaje funciona y emociona. En la escenografía de Sánchez Cuerda , imponente en el arranque, envuelta en la semipenumbra rojiza creada por Felipe Ramos , pesa a la postre el continuo correr y descorrer de las inmensas cortinas del fondo. Respecto a las interpretaciones, Eloy Azorín trabaja su comedido Brick desde la contención, mientras que la Maggie de Begoña Maestre no alcanza a mi juicio la fiereza sensual del personaje. Juan Diego es un padre que combina con sabiduría la ira y el desconcierto, Ana Marzoa borda el papel de la madre metomentodo, y José Luis Patiño y Marta Molina cumplen con nota como el fecundo matrimonio codicioso.

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