La fuerza de un personaje

Juan Echanove, en una escena de «La fiesta del chivo» Sergio Parra
Julio Bravo

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Hay personajes que fagocitan funciones por su arrolladora fuerza. Rafael Trujillo , el protagonista de «La fiesta del chivo», es uno de ellos. Su crueldad recuerda al «Ricardo III» shakespeariano; su mesianismo, su «iluminación», el terror y la admiración a partes iguales que produce en sus allegados le convierten en un personaje fascinante... Pero también fácil de llevar a la caricatura. Juan Echanove lo ha evitado, y consigue en esta adaptación de la extraordinaria novela de Mario Vargas Llosa dar humanidad a un monstruo. Su interpretación del sátrapa dominicano, que gobernó de manera despótica durante cerca de tres décadas, deja asomarse al hombre, a sus miserias, a sus debilidades, a sus furores, siempre desde la firmeza y su imponente personalidad.

«La fiesta del chivo» es una novela indomable que Natalio Grueso ha llevado a la escena, centrándose en una de sus líneas narrativas, el relato de Urania Cabral. Su en líneas generales espléndido trabajo muestra algunos tropezones dramatúrgicos: quizás hubiera sido más coherente en este aspecto que hubiera sido Urania quien arrancara la obra, del mismo modo que es ella quien la cierra: hay también un cierto desequilibrio en favor de la parte expositiva de la historia, que empequeñece la mucho más “teatral” relación entre Trujillo y Urania.

Carlos Saura dirige con pulcritud la función, vestida de forma minimalista por un escenario presidido por un sempiterno trono, y en la que destaca, dentro del buen reparto, el cinismo de Eduardo Velasco y la furia de Lucía Quintana .

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