El escozor del limón

Melani Olivares y Carlos Chamarro, en un momento de la obra Guillermo Navarro
Julio Bravo

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A menudo, detrás de las carcajadas, de las situaciones más jocosas o las conversaciones más hilarantes, se esconden los más profundos problemas de la humanidad. Esto es lo que le ocurre a «Entre ella y yo», una comedia escrita por Pablo Mir y que es uno de los grandes éxitos de la escena argentina reciente; se estrenó en 2017 y ha pasado por varios teatros de Buenos Aires, donde sigue en cartel.

«Entre ella y yo» cuenta cinco minutos de la vida de una pareja: durante ese período esperan los resultados de un test de embarazo que ella se ha hecho. La función, lógicamente, trufa esos cinco minutos con «flashbacks» y «flashforwards», así como con monólogos de los dos protagonistas, Diego y Valeria. En ellos aparecen las inseguridades, los miedos, las ilusiones, los reproches, las contradicciones... Los mil y un pensamientos que pueden atravesar la mente de una pareja que está a punto de enfrentarse a la paternidad.

La versión española, que firman David Serrano y Zenón Recalde -el director de la función-, presenta una diferencia no pequeña con respecto a la puesta en escena original argentina: la edad de los actores, allí sobre la treintena y aquí mediada la cuarentena. Se consigue así un giro que hace incluso más interesantes los planteamientos, las motivaciones de los personajes. Para Valeria puede ser su última oportunidad para ser madre. Para él, que como buena parte de la población masculina todavía no ha abandonado el adolescente que todos llevamos dentro, puede ser una ocasión para terminar de madurar.

«Entre ella y yo» está envuelta en carcajadas; el público no para de reír con situaciones y diálogos ya cómicos de por sí pero que la inteligente y agilísima dirección de Zenón Recalde ha subrayado. Pero también escuecen como un limón, porque retratan las pequeñas mezquindades de los seres humanos, su egoísmo, su inconstancia... El terrón de azúcar de esta comedia guarda un sabor picante, que no tapa su dulzor pero le da una consistencia diferente.

Melani Olivares y Carlos Chamarro son dos intérpretes perfectamente complementarios, que en cierto modo recuerdan a dos payasos con su interpretación: ella es la clown -más seria, menos coloreada- y él el augusto, el que causa las carcajadas y genera compasión.

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