La dimensión de los afectos
Entre las obras que en estos momentos se están representado en los teatros de Madrid, «La perra (o la necesidad de ser amado)» de Cristina Rojas no puede pasar desapercibida. Hay en ella soltura, una buena narrativa dramática y grandes dosis de encanto. El acierto de «La perra» es que se mantiene en una muy oportuna ambigüedad temática. Se habla tanto de esa aspiración a amar y a ser amados como también de esa grieta que se abre cuando aflora el carácter destructor de algunas obsesiones, aunque vengan arropadas por el amor.
La búsqueda de una mascota, una perra llamada Marisol, perdida tras los petardos con que se recibe el Año Nuevo, sirve para construir una hermosa parábola sobre la dimensión y los límites de nuestros afectos, sobre la lealtad que le debemos a aquello que amamos en esta época de la velocidad sentimental, pero también hasta qué punto la desmesura con la que planteamos esos afectos pueden crear una distorsión y una perturbación.
En efecto, lo que podría haber sido un encuentro familiar navideño se convierte en esa ligera pesadilla que hace aflorar malestares, vacíos, incomprensiones y disfuncionalidades solo salvados por la presencia de la madre.
Interesante el relato dramático que plantea Cristina Rojas, tan aparentemente realista y cotidiano como atravesado por el delirio emocional e imaginativo, con esa fusión entre Beckett y Bertold Brecht. Un cuadro rural, con el paisaje al fondo de Cartaya y El Rompido, que se estructura dando paso a diferentes personajes y a los sucesivos días de la búsqueda. Interesante también el espacio escénico único creado por Alessio Meloni, con ese trigal pedregoso y seco donde las espigas se han convertido en panes y que parece una instalación conceptual, plástica y simbólica. Interesante el enfoque de ligereza y de humor que, en todo momento, está presente en la obra, en esta crónica de una pérdida donde el espectador se siente partícipe de su verdad y de su desnudez narrativa.
No creo que la reflexión final puesta en boca de la perra Marisol esté a la altura de las expectativas creadas, sobre todo porque el texto no necesita este tipo de moraleja. También encuentro que no todas las escenas o cuadros planteados suponen una potenciación de la trama, se extienden demasiado acumulativamente. Hay fallos interpretativos en pasajes que parecen fruto de la improvisación. Todo esto es cierto, pero «La perra» atrapa al espectador, lo mantiene en el conflicto gracias a una narración muy hábil, incluso cinematográfica, llena de humor y de desparpajo. Una obra sencilla, de aparente tono menor, que sabe ver la familia como una forma de lealtad y como una herida siempre abierta.