El deber y el sentimiento
Hay historias que parecen nacidas para el teatro, como la de Inés de Castro, la noble gallega amante del Infante Pedro de Portugal, asesinada con el consentimiento del padre de éste, el Rey Alfonso IV, y proclamada Reina tras su muerte, al acceder el Infante al trono del país luso. Esta lastimosa y al tiempo enmarañada historia la llevó a la escena Luis Vélez de Guevara (antes lo había hecho Jerónimo Bermúdez en dos textos que presentó en Madrid hace solo unas semanas Ana Zamora). La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta ahora «Reinar después de morir» en una coproducción con la portuguesa Companhia Teatro de Almada, y un equipo artístico conformado a partes iguales por lusos y españoles.
José Gabriel López Antuñano firma la versión del texto; lo ha exprimido hasta dejar el corazón de los 2475 versos que tiene el original. Una estupenda y necesaria labor de condensación que ha hecho con su sabiduría, pericia y mimo habitual para lograr relatar una historia de amor -una tragedia de amor- y de conveniencias políticas, en la que chocan el deber y los sentimientos y en la que el poder aplasta las pasiones.
Ignacio García es el creador del espectáculo original (aquí se le acredita el «diseño de la puesta en escena»), y junto con Pepa Pedroche, la directora, ha dibujado un hermoso espectáculo, lleno de sensibilidad y trufado de detalles, y apoyado en una tan bella como comprometida (y peligrosa para los actores) escenografía de José Manuel Castanheira (una doble rampa curva iluminada como una cerámica portuguesa.
En este universo navegan los intérpretes, magníficos todos, con mención especial para David Boceta, un doliente Pedro de Portugal, y la siempre luminosa y elegante Lara Grube, que ha tenido la difícil misión de sustituir con apenas unos días de ensayo a la lesionada Carmen del Valle.