CRÍTICA DE TEATRO
«Deadtown»: los hermanos Forman en el Oeste
Matadero presenta un espectáculo sorprendente que evoca la épica del Salvaje Oeste amasada en Hollywood
Petr y Matej Forman (Praga, 1964), hijos del oscarizado cineasta checo Milos Forman , son gemelos y teatreros. Desde hace un cuarto de siglo pilotan una compañía de nombre inequívoco, The Forman Brother’s Theatre , definida como una comunidad de nómadas del teatro que creen en la magia del viaje y la aventura. El primero dirige y actúa, y el segundo se centra en la concepción de las escenografías y las atmósferas. Su fascinación por el circo, los freaks y el burlesque de aroma añejo ha destilado trabajos encantadores como « Obludarium », una pequeña joya que pudo verse en España en 2010, en el Festival Temporada Alta.
A todo ese imaginario en color sepia añaden ahora el de los albores del cine, cuando el séptimo arte no tenía conciencia de ser arte y a cada golpe de manivela creaba camino al andar. « Deadtown » es un espectáculo sorprendente que evoca la épica del Salvaje Oeste amasada en Hollywood casi desde las primeras películas. Este delicioso invento de los Forman mezcla números circenses y de variedades, música en directo, ilusiones ópticas, animación y material filmado para materializar una divertida, encantadora y estéticamente muy bella historia de cowboys y forajidos que incluye el imprescindible saloon con una dueña de armas tomar y una hija en edad de merecer, coristas, un malo «de película», un mago ambulante con autómata femenino en el equipaje, un sheriff y demás personal con revólver al cinto, amén de un grupo musical, Dizzy Gilagio (Didier Castelle, Francois Lezer, Michel Oger y Thierry Malard), que acompañado por el pianista Jakub Tokoly teje un alegre tapiz de sones jazzísticos.
«Deadtown» tiene dos partes; la primera transcurre en un mínimo e idilíco teatro de variedades donde se enhebran coreografías vaqueras y una exhibición de acrobacias en bicicleta, incluidos saltos en cama elástica, a cargo del barbudo Jacques Laganache. En la segunda, una tormenta de arena nos traslada a la fantasmal ciudad del título poblada por tipos que parecen escapados de aquel pionero «Asalto y robo de un tren» ( Edwin S. Porter , 1903), el primer western del cine. Comienza entonces una cautivadora película muda en tres dimensiones, pura ilusión que mezcla personajes y escenarios, reales y filmados, e incluye como guiño a Méliès una vigilante luna de rostro humano. Un espectáculo maravilloso.