En memoria -y homenaje- de Gerardo Vera
Hay espectáculos con un significado que va más allá del trabajo realizado sobre el escenario, y este «Macbeth» lo es. Porque es el proyecto que durante muchos años maduró en su cabeza Gerardo Vera, fallecido cuando se encontraba a punto de convertirlo en realidad. Por eso las lágrimas vertidas por los intérpretes y el equipo artístico en los saludos finales eran la emoción contenida que estallaba ya una vez liberados de los personajes; era el homenaje de agradecimiento a uno de los grandes nombres de la escena española de las últimas décadas.
«Macbeth», una de las grandes catedrales de la historia del teatro (y de la literatura) universal, es el legado de Gerardo Vera. El espectáculo que él concibió lo ha terminado de poner en pie Alfredo Sanzol, que trabajó mano a mano con Vera en varias ocasiones y que ahora ocupa también la dirección del Centro Dramático Nacional, que aquél también ocupó. Sanzol ha contado la historia, con el mimo de un artesano, desde la codicia de los Macbeth, que ansían llenar el vacío de sus vidas con el poder. Es la suya una mirada fiel y contemporánea al tiempo de una historia de ambición desmedida, de fatalismo y crueldad, de angustia y villanía, que sigue horadando conciencias y calando en el espectador del siglo XXI.
La negrura de sus almas, la oscuridad de su comportamiento, está reflejado en un espectáculo turbio, umbroso, magnético gracias, en primer lugar, claro está, a un texto colosal, presentado aquí en una versión firmada por José Luis Collado, y que está llena de claridad, concisión y justeza. Pero también a la majestuosa escenografía de Alejandro Andújar, iluminada con la maestría y sensibilidades habituales de Juan Gómez-Cornejo, y cuya arquitectura completan la videoescena de Álvaro Luna y la música de Alberto Granados Reguilón.
Aunque suene a Perogrullo, es imposible poner en pie «Macbeth» sin contar con Macbeth. Gerardo Vera había encontrado en Carlos Hipólito a su aliado, a su cómplice, para esta aventura. El trabajo del actor es prodigioso; posee una paleta infinita de gestos, de actitudes -su trabajo corporal es tan deslumbrante como el textual-, que explican los sentimientos que atraviesa el complejísimo personaje, que interioriza hasta convertirse en su segunda piel. Pareciera que Macbeth se hubiera escrito para él. Le acompaña la siempre magnífica Marta Poveda, que trabaja su Lady Macbeth desde unos colores más vivos y llamativos, sin la contención ni la reflexión de los ocres que dominan el trabajo de Hipólito. Un espléndido reparto -en el que destaca Jorge Kent- convierten este «Macbeth» en el mejor homenaje a Geardo Vera.