DANZA
Una gran Ballet desaprovechado
Es una verdadera lástima que el Teatro Real, nuevamente, haya desaprovechado la visita del Ballet de la Ópera de París -la compañía más antigua del mundo- y éste no haya venido con una gran producción de un título puntero del repertorio. El Real es un escenario que por dimensiones y programación debe ofrecer algo diferente a lo que pueden ofrecer otros teatros de la capital. Y el programa que ha traído a Madrid la compañía francesa no marca esa diferencia.
Dicho esto, hay que decir igualmente que el público que llenó anoche el Teatro Real asistió a una hermosa y exquisita velada de danza ; un tanto fría también, y eso se reflejó en los poco entusiastas aplausos que coronaron la noche.
Cuando se anuncia en el Teatro Real al Ballet de la Ópera de París uno imagina que asistirá a un espectáculo maravillosamente bailado , lujosamente presentado y con una nutrida compañía. Lo primero ocurrió; lo segundo, solo relativamente -la puesta en escena es tan correcta como sencilla-; y lo tercero... Pues no. Todas las coreografías eran solos o dúos , salvo la última, en la que se tiró la casa por la ventana: quince bailarines.
Para compensar, todo lo que se vio en escena fue extraordinario; sobre todo la interpretación. El Ballet de la Ópera de París mantiene desde hace casi tres siglos una tradición basada en una escuela que ha sabido mantener las esencias; y ello se traduce en la exquisitez estilística de los bailarines, en su perfección técnica y en una elegancia magnética. Las piezas presentadas, de tres históricos coreógrafos - Jerome Robbins , George Balanchine y Hans van Manen - permiten desarrollar estas características, que son marca de la casa: admira la pulcritud, la naturalidad que confieren los intérpretes a su baile, la limpieza en los ataques y la musicalidad que domina todas las intervenciones. Es una verdadera fiesta para los sentidos y para el espíritu ver bailar, por ejemplo, a artistas como Léonore Baulac, Florian Magnenet o Ludmila Pagliero .