TEATRO

En la cocina de Swift

Mariano Llorente, en «Una humilde propuesta» David Ruiz

Diego Doncel

Contundente guiso el que nos ofrecen Laila Ripoll y Mariano Llorente . No hay duda de que en el actual panorama teatral esta obra va a hacer las delicias de los paladares más delicadamente humorísticos. Aunque sus sabores se nos hielen en la boca. «Una humilde propuesta» es un plato que se hubiera podido servir en alguna de las carnicerías de la historia, de sus crisis o de sus amenazas. Basado en el texto de Jonathan Swift , nunca el escritor irlandés fue más macabro. En él razona mediante el humor negro, la ironía y el sarcasmo casi insoportables cuál era la solución para acabar con la pobreza y mendicidad infantiles, es decir, con los indigentes y desfavorecidos más débiles de su tiempo. Pero, en realidad, su proposición quiere dejar al descubierto a todas esas mentes para los que la dignidad humana solo es una cuestión de orden público y de economía.

Laila Ripoll ha dramatizado el ensayo de Swift potenciando el carácter racional de lo irracional, el carácter matemático del delirio: toda solución final se inicia en los gráficos, en las estadísticas.

El humor macabro está presente en toda la representación, desde el momento en que se sube al ambigú y se empiezan a oler los perniles infantiles que se cocinan a fuego lento. El espacio escénico no puede ser más swiftiano: una sala de conferencias convertida en una cocina.

Y sin duda Mariano Llorente forma también parte del absurdo de forma soberbia. Nos hace llegar la mirada fría, la mente delirantemente práctica hasta la náusea de este hombre que muta en el escenario de deán con bombín a político o ciudadano actual con traje de chaqueta. Su interpretación es algo más que convincente, está llena de fuerza y sabe darle al personaje la adecuada dimensión irónica. Él es el monstruo que recibe a los espectadores con unos vasos de vino para ofrecerles más tarde unas brochetas de niño a la plancha.

«Una humilde propuesta», a pesar de ser una obra menor, es de una originalidad heladora. Con sutileza, con esa sátira feroz tan repugnante como desasosegada, es una obra política y moral. Señala con el dedo a todos esos Lucifer que para dar lustre a una parte del género humano van contra el género humano, tanto en los grandes acontecimientos históricos como en la cotidianidad más absoluta. Swift sabe ser odioso, incómodo, y Laila Ripoll sabe coger el cuchillo de sus ideas para lanzarlo al corazón de los espectadores. Tal vez una mayor actualización crearía una más profunda empatía con un público más amplio, pero lo que uno ve delante de la barra del ambigú queda dando vueltas dentro de nosotros después de terminado el espectáculo. Porque todo se ha propuesto por «el interés del pueblo».

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