Un clásico compasivo

Guillermo Serrano y Paula Iwasaki, en '¡Ay, Carmela!' ABC
Julio Bravo

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Por trayectoria, parece mentira que '¡Ay, Carmela!', la obra de José Sanchis Sinisterra, tenga menos de cuarenta años de vida; puede considerarse ya un verdadero 'clásico contemporáneo' sin temor a abaratar la expresión.

Y es que la obra no solo ha sido llevada al cine (en una premiada película dirigida por Carlos Saura) y se ha convertido en una comedia musical (que dirigió hace una década Andrés Lima), sino que son innumerables las puestas en escena que se han realizado de la pieza. Y no solo por la sencillez de su montaje, sino también por la combinación de humor y emoción que hay en su texto.

'¡Ay, Carmela!' cuenta una historia situada en la guerra civil; en Belchite, localidad aragonesa que acaba de ser tomada por el bando nacional, con la ayuda de tropas italianas y alemanas. Para celebrarlo, se prepara un espectáculo, que se les encarga a dos cómicos ambulantes que, sin darse cuenta, han cruzado las líneas enemigas.

Sanchis Sinisterra realizó, muchos años antes de que se acuñara el término y de que se lo pervirtiera, un ejercicio de memoria histórica basado fundamentalmente en la compasión. Carmela y Paulino (que viajan por los pueblos con el lema 'Variedades a lo fino') son el símbolo de millones de españoles que, sin querer, se encontraron envueltos en una guerra frarticida; son, ideología al margen, dos personas con un único objetivo: sobrevivir. Dos personas asustadas, dos parias, dos artistas mediocres... Dos perdedores, al fin.

Es fácil empatizar con Carmela y con Paulino. Sanchis Sinisterra dibuja dos personajes entrañables: ella es una mujer de carácter, rebelde, inconformista, todo lo contrario que él, un camaleón que trata de evitar a toda costa los problemas y que solo quiere continuar viviendo. Y lo hace a través de una peripecia llena de humor, de ternura; de un texto que abraza y acaricia, y que al tiempo golpea y pretende abrir los ojos a los espectadores.

Paula Iwasaki y Guillermo Serrano retoman un montaje que pusieron en pie hace unos años. Son dos actores en constante crecimiento -ella, especialmente, que goza de un merecidísimo prestigio como una de las grandes actrices jóvenes de nuestra escena-, y de ello se beneficia su interpretación: medida, afinada, complementaria. Guillermo Serrano destila el miedo y la prudencia que necesita Paulino, mientras que Paula Iwasaki desborda encanto y carisma, además de la garra que exige Carmela. La suya es, además, una actuación completamente a pecho descubierto, sin otro agarre posible más que ellos dos, y eso suma admirabilidad a su propuesta.

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