«A chorus line», una radiografía del mundo del espectáculo
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«A chorus line» («Una linea de coro») fue, cuando se estrenó, en abril de 1975, un éxito desbordante. Presentado en un pequeño teatro fuera del circuito comercial neoyorquino, a los pocos meses se trasladó al Shubert Theatre, en el corazón de Broadway, donde estuvo cerca de quince años en cartel y obtuvo nueve premios Tony (los Oscar del teatro de Nueva York). Durante mucho tiempo fue el musical más longevo de la historia, y fue una de las locomotoras de revitalización de un género que buscaba en aquellos años setenta nuevas vías de expresión.
Estamos hablando, pues, de uno de los jalones fundamentales de la historia del musical anglosajón, un género que se ha presentado en España a trompicones y que, en los últimos años, parece haberse asentado definitivamente en nuestros escenarios y en el gusto del público. Y «A chorus line» es el título que Antonio Banderas ha elegido para inaugurar un proyecto que ha soñado durante años: la construcción de un teatro en su ciudad natal, Málaga. Le ha costado varios años y no pocos disgustos -y, en este período de ensayos, nueve kilos, según confesó en el escenario-, pero finalmente lo ha logrado: el Teatro Soho Caixabank se ha unido ya a la deslumbrante oferta cultural de la capital andaluza, que espera que sea una nueva semilla en su creciente desarrollo. Así lo entienden los malagueños, que arroparon a Banderas en el estreno. Cientos de personas se agolparon en los alrededores del teatro desde horas antes para asistir como testigos externos del acontecimiento.
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La elección de «A chorus line» no ha sido casual. Es una obra que habla de sueños imposibles y de sueños cumplidos; de esfuerzo, de angustias, de frustraciones. «A chorus line» es una minuciosa radiografía del tan a menudo cruel mundo del espectáculo; están reunidos todos los tópicos de la profesión; aunque habría que decir mejor todas las realidades, concentradas en algo más de dos horas. Y es que el musical nació de la reunión de Michael Bennett, su creador, con un conjunto de bailarines para hablar sobre ellos mismos y sus carreras; aquellas horas de conversación se convirtieron en uno de los musicales más relevantes de la historia del género.
Es cierto que «A chorus line» recoge la realidad de los años setenta, pero más de cuarenta años después los problemas de discriminación sexual y racial, de entornos familiares y hostiles, de aceptación personal y de precariedad laboral de los que habla la obra nos siguen resultando cercanos. Bennett hizo que fueran los propios intérpretes quienes expresaran sus deseos, sus frustraciones, sus anhelos, sus miedos, sus miserias... Pero todo encuentra razón de ser y luz en el escenario: «Todo era bello en el ballet», cantan en una de sus escenas tres de las protagonistas.
Un escenario desnudo, con unos paneles giratorios que muestran unos grandes espejos en determinados momentos, es el entorno en el que diecisiete bailarines pelean por ocho puestos en la línea de coro. Se muestran tal cual son, azuzados por el a veces cruel director, Zach, que hurga en sus vidas. Todo ello, claro, con la ayuda de la música de Marvin Hamlisch, llena de acidez, de complicadas armonías como reflejo de los enmarañados pensamientos de los personajes; y, naturalmente, de canciones llenas de garra y emoción. Especialmente «One», que acompaña la apoteosis final, porque el espectáculo, pase lo que pase, debe continuar.
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La producción malagueña -que está previsto que se presente, ya sin Antonio Banderas en el reparto- en Bilbao, Barcelona y Madrid, se basa en la original de Broadway; la ha montado una de las intérpretes que participó en ella, Baayork Lee. «A chorus line» no hubiera podido hacerse en España, con esta calidad, hace veinte años. Porque todo lo que se ve sobre el escenario tiene una grandísima dignidad: se trata de un musical aparentemente sencillo pero que esconde un exigente trabajo detrás tanto en el nivel técnico como interpretativo: desde los colores particulares de cada personaje a la enrevesada partitura y, sobre todo, a la deslumbrante coreografía.
Hay en este montaje un elenco brillante, que acusó los nervios del día del estreno -problemas de afinación y de exactitud coreográfica, que se resolverán con el paso de las funciones- pero que mostró categoría. Destacan sobre todo Estibalitz Ruiz (Morales), Kristina Alonso (Sheila), Albert Bolea (Bobby) y Fran Moreno (Paul), protagonista de un emocionante monólogo.
Y falta hablar, naturalmente, de Antonio Banderas, que no subía a un escenario en España desde hace más de treinta años; se ha reservado el pequeño papel de Zach, el director implacable, casi siempre en la oscuridad del patio de butacas. Saca a relucir su carisma, su aplomo y su categoría, e incluso se atreve a cantar y bailar en el número final. Para él fueron las mayores ovaciones de un público (con mucho vip entre él) que estuvo entregado desde el primer momento y que asistió a una noche verdaderamente especial.
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