Cerámica encadenada

Una escena de «Ghost» Jaime García
Julio Bravo

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Hace ya treinta años que se estrenó «Ghost» -subtitulada en España «Más allá del amor»-, una película de Jerry Zucker de enorme calado popular y que contiene una de las imágenes icónicas del cine de los noventa, protagonizada por Demi Moore y Patrick Swayze ante un torno de cerámica mientras suena «Unchained Melody» interpretada por The Righteous Brothers. En junio de 2011 se estrenaba en Londres, después de un preestreno en Manchester, el musical basado en la película, cuyo guionista, Bruce Joel Rubin, participó en la creación junto a Dave Stewart y Glen Ballard. Y ahora puede verse en la Gran Vía madrileña la versión española de este musical.

La historia de «Ghost» es conocida. Una joven pareja de enamorados, Molly y Sam, ve truncado su amor cuando un delincuente asesina a éste. Pero para salvar la vida de la chica, permanecerá en la tierra como fantasma y con una única conexión, una vidente llamada Oda Mae Brown.

La melodramática historia y sus personajes -desde la disparatada vidente hasta el sibilino Carl, pasando naturalmente por la edulcorada pareja protagonista-tienen los mimbres suficientes para convertirse en un buen musical, aunque las atractivas canciones creadas por Stewart y Ballard, de evidente complejidad melódica y sonora, no tengan el imán suficiente como para que el público salga del espectáculo tarareándolas. Sigue siendo «Unchained Melody» el gran activo musical de este espectáculo.

El original británico -que llegó a Broadway un año después de su estreno en Londres- basaba buena parte de su éxito en los trucos de magia con que adornaba la historia: la «resurrección» del protagonista, su habilidad para traspasar puertas... La producción española, en este sentido, tiene claroscuros, y combina aciertos, como la lograda escena del metro, con otros efectos más naïf, como el cruce de la desproporcionadamente grande puerta del apartamento de la pareja.

En lineas generales, y salvando algún desajuste sonoro y musical, «Ghost» es un espectáculo solvente, con algunas coreografías contagiosas y con unos animosos intérpretes que se multiplican en sus distintos papeles y que llenan de energía la función. Destacan la dulzura de Cristina Llorente y la destacada personalidad de Esteban Oliver.

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