Los azotes de 'La tabernera'

María José Moreno, Ángel Ruiz y Ruth González, en 'La tabernera del puerto' Javier del Real

Alberto González Lapuente

El mar ha protagonizado el comienzo de temporada en el Teatro de la Zarzuela . Sonó embravecido en 'Circe', la narración musical de Ruperto Chapí con la que volvió a recordarse que la ópera española fue un proyecto ambicioso, a veces desfasado de su propio tiempo y desafortunadamente poco gratificante para los que se desgastaron con ella. En 'Los gavilanes', la zarzuela de Jacinto Guerrero , el mar apareció convertido en mensajero. Con él llega la fortuna y los recuerdos, que en realidad son ensoñaciones imposibles de revivir. Mario Gas hizo la puesta en escena del título y, en compañía de Ezio Frigerio y Franca Squarciapino , dibujó una costa provenzal de cuento y modernidad, creíble, directa y palpitante. El éxito de las representaciones quedó refrendado por dos estupendos repartos y varios bises que acompañaron algunas de las representaciones que se salvaron de la huelga de los técnicos teatrales, convocada tras haber quedado fuera de la oferta pública de empleo por cambios en los criterios de acceso. Todavía hoy continúa el conflicto marcando a 'La tabernera del puerto'. Gas, Frigerio y Squarciapino también se responsabilizaron de la escenificación del título en 2018 aunque, tal y como se ha contado en ABC , diversos incidentes arrinconaron la producción hasta hacerla casi desaparecer. Estos días renace en la Zarzuela.

El mar muestra de nuevo su peor cara en 'La tabernera del puerto'. La escena de la galerna es un punto culminante y el momento de oro de esta producción, pues en él se da cita el ingenio teatral, la maestría en la realización y la posibilidad de arrastrar al espectador hasta el interior del indómito horizonte acuoso de Cantabreda, entre gasas y proyecciones. Mario Lerena , que conoce como nadie la obra de Pablo Sorozábal , señala en el programa de mano que este suburbio de pescadores vascos, en el que se mezclan resonancias oriundas, castellanas y antillanas, es Ondarroa. El nombre había quedado oculto en el libreto de Guillermo Fernández-Shaw y Federico Romero por razones obvias: aun en los casos más evidentes, la zarzuela fue una ensoñación para varias generaciones que encontraron en ella un escape a su cotidianeidad. Las referencias directas tenían una importancia relativa pues lo importante era persuadir. Por eso, lejos de la sofisticación o de las reformulaciones en las que otros caen cuando escenifican el género, la 'Tabernera' de Mario Gas prefiere ser una sencilla y afectuosa fantasmagoría.

La luz es imprescindible para fortalecer el carácter de misterio y leyenda, pues con ella, con sus oscuros y tristes azules, se construye la atmósfera que hace creíble el absurdo. Del mismo modo, el dibujo de los personajes es esencial a la hora de configurar coherentemente el relato. Contrabandistas, marineros, sardineras conviven con tipos dispersos en una alternancia entre lo serio y lo bufo muy propia del género y que en esta producción se resuelve con coherencia, a pesar de que chirríe la música del dúo cómico como interludio instrumental entre la escena de la galerna y el dramático desenlace. Los personajes secundarios incluyen el Ripalda/Charlot que Ángel Ruiz dibuja con el gesto adecuadamente medido, o la sardinera Antigua a la que Vicky Peña aporta su ciencia teatral; incluso el joven Abel que interpreta Ruth González con un halo de presunción. 'La tabernera del puerto' se presenta con dos repartos en los papeles protagonistas. En la representación del domingo, tras la cancelación del estreno del viernes, actuó María José Moreno , quien dijo su canción con serenidad, peso y melancolía. Se aplaudió su intervención porque da un poso de verdad al personaje que en el caso de Antonio Gandía tiene tintes más artificiosos. La limpieza con la resolvió la romanza 'No puede ser', con apego a una tradición interpretativa demasiado convencional, convivió con una actuación en exceso fingida.

El Juan de Eguía de Damián del Castillo convenció por planta y resolución. No siempre firme vocalmente cantó la romanza final con decidida autoridad. Por último, Rubén Amoretti fijó su actuación en el famoso 'Despierta negro', vocalmente oscuro, un punto cavernoso y acorde con la madurez temperamental con la que perfila a Simpson. Todos juntos demostraron que uno de los valores de esta producción es su apego al teatro bien construido. El movimiento escénico adecuadamente engrasado, la dicción clara, el gesto oportuno y la intención precisa, muchas veces posible porque el soporte sonoro que proporciona la Orquesta de la Comunidad de Madrid es particularmente cómodo. Hay una clara intención de sonar bien, de no excederse en el volumen y de complacer a la escena. Óliver Díaz ha vuelto al foso de la Zarzuela con la partitura muy asumida y dispuesto a disfrutar de la obra. Su versión busca colaborar antes que arrastrar, procurar mejor que destacar, compaginarse con la equilibrada presencia del Coro de la Zarzuela. El resultado es beneficioso para una producción en la que, definitivamente, es fácil adivinar talento, respeto y cariño.

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