Un árbol recio de raíces profundas

Los espectáculos son como los árboles; nacen en su raíz, más o menos profunda, y se desarrollan en la superficie de los escenarios. 'El perdón' es un árbol de raíz honda, venosa y doliente, pero que al contacto con el oxígeno de la superficie se torna poderoso y redentoramente recio. Y es que la raíz de este trabajo, a caballo entre la danza y el teatro, entre el movimiento y la palabra, es un dolor atenazador e intenso: el de la actriz Juana Acosta tras el asesinato, hace tres décadas, de su padre.
Sobre este dolor traumático Chevi Muraday ha creado este espectáculo, que interpretan él mismo y la propia Juana Acosta, que dejó de bailar el mismo día de su asesinato; se apoya sobre un puñado de textos, hermosos y efusivos, de Juan Carlos Rubio. 'El perdón' es un grito, un exorcismo, la respiración abierta de quien ha permanecido bajo el agua durante mucho tiempo. Muraday ha tejido un espectáculo mimando a su compañera de escenario; es dulce y áspero a la vez, es emotivo y perturbador al tiempo. Pero es, sobre todo, un espectáculo penetrante y conmovedor, como lo son también los textos de Rubio y la música envolvente de Mariano Marín.
A menudo, en las artes escénicas, raigambres poderosas derivan en troncos débiles y carentes de firmeza. No lo es 'El perdón', en el que Chevi Muraday ha sabido encontrar la manera adecuada de contar la historia de Juana Acosta; con un espectáculo desnudo -el único elemento escenográfico es una rudimentaria catapulta-, salpicado de guiños y aliviadores golpes de humor, y que subraya la valiente apuesta de la actriz colombiana. Ésta, tras casi treinta años sin bailar, se revela como una intérprete sensible, musical, a la que se ve cómoda -aunque concluya, esa es la impresión, felizmente exhausta- en el traje a medida que ha creado para ella el magnífico Chevi Muraday.