CRÍTICA DE TEATRO
«El ángel exterminador»: no hay salida
Blanca Portillo dirige en el Teatro Español una versión de teatral de la película de Luis Buñuel
Luis Buñuel , sabio y socarrón, nunca explicó las incógnitas de sus películas. Nadie sabe, por ejemplo, ¿qué contiene la misteriosa cajita de « Belle de jour » (1967)? Pasa igual con las razones que impiden a los personajes de « El ángel exterminador » (1962) abandonar la mansión en la que se encuentran.
¿Es necesario saberlo? Se dice que el cineasta aragonés tenía en mente el cuadro « La balsa de la Medusa » de Géricault cuando concibió el claustrofóbico filme. La idea del naufragio de un grupo de personas cuyos instintos más primarios se desbordan al ser cercadas por la necesidad y las inclemencias está latente en la historia de esos selectos ciudadanos atrapados inexplicablemente en la casa a la que han acudido a cenar y los criados han abandonado justo antes de su llegada. El perverso Buñuel traslada esa sensación de imposibilidad de escapar de una situación agobiante a un opulento interior burgués.
En torno a esa idea gira el montaje de la excelente versión escénica que firma Fernando Sansegundo . No importan los motivos que prolongan el enigmático encierro, pues la vida está llena de situaciones gobernadas por lo desconocido, lo incierto y lo aleatorio. Una idea abierta a muchas lecturas : políticas, religiosas, esotéricas, oníricas, de carácter surrealista, psicológicas… La poderosa puesta en escena de Blanca Portillo acierta en esa tecla de incertidumbre pesimista sostenida hasta la extenuación. Esto es lo que hay: un grupo de personas cultivadas convertidas en seres salvajes cuando lo terrible hace caer las máscaras de la cortesía. Los ejemplos históricos son incontables. No hay salida y si la hay, es indefectible caer en el bucle infinito.
El montaje no es la película ni Portillo pretende que lo sea, pero sí contiene lo esencial: la directora ha sabido atrapar esa atmósfera de angustia interminable y transmitirla al espectador que, dentro del teatro pero fuera de la casa, en un curioso juego de perspectivas, vive esa claustrofobia espantosa. La función rezuma ideas y soluciones sugestivas: un calandino redoble de tambores para marcar las transiciones, las reiteraciones de escenas con ligeras variantes como ocurría en el filme, la reclusión de los personajes en un cubo de cristal y mármol (espléndida la escenografía de Roger Orra )... Y una entrega absoluta de los actores sumergidos en la ceremonia caníbal de la desesperación.
Noticias relacionadas