«El amor brujo» de Israel Galván: incomprensión
El sevillano Israel Galván es probablemente la personalidad más singularidad (también la más sugerente) del baile flamenco de los últimos años. Creador iconoclasta, único, perfumado con el aroma de Vicente Escudero, prodigiosamente musical y exacto como bailarín, y poseedor de unas condiciones únicas. Con estos mimbres es lógico que despierte una gran expectación su aproximación a uno de los clásicos de la literatura coreográfica española, « El amor brujo » -título en cierto modo maldito, pues nadie ha conseguido una versión redonda y han sido varios los que han fracasado al llevarlo a escena-. Y es por tanto mayor la decepción ante un trabajo que es más un ejercicio de onanismo coreográfico que un diálogo con el público.
Travestido en una primera parte para evocar a figuras como Pastora Imperio o La Argentina , desgrana Galván su baile sobre la música de Falla casi todo el tiempo sentado. Se asoma con cuentagotas su genialidad, que se deja ver con mayor claridad en la segunda parte, en la que Israel es Israel, aunque también cueste comprender su relato. En su descargo, habrá que decir que bailar en estas circunstancias no debe de ser nada fácil.