CRÍTICA DE TEATRO
«Alta seducción»: una lección
Arturo Fernández dirige e interpreta, junto a Carmen del Valle, la comedia escrita para él por María Manuela Reina

No exagero: las funciones de «Alta seducción» deberían ser incluidas en las clases de interpretación de las escuelas de arte dramático y Arturo Fernández declarado especie escénica protegida. Ya he escrito bastantes veces que este actor que en febrero cumplira ¡ 89 años ! es el último mohicano de una forma de hacer teatro, de ser y estar sobre el escenario, una institución. Sí, probablemente propone un menú nada innovador, pero ¡cómo lo sirve! Da gusto ver cómo encaja los diálogos , cómo sabe moverse sobre el escenario, cómo modula las reacciones de ese ente múltiple que es el público, cómo ha construído un personaje que ha convertido en santo y seña de su arte, amasándolo con una buena dosis de autoironía que disfraza de coquetería extrema.
En su última comparecencia ha recuperado una comedia de la enigmática María Manuela Reina que estrenó allá por 1989 y que en aquel momento causó cierto revuelo porque, si no recuerdo mal, el actor mostraba fugazmente el antifonario en escena; ahora no se destapa tanto, aunque se luce en ropa interior. Fernández, que ha retocado el texto a conveniencia, incluido algún pellizco de actualidad -por ejemplo, un inciso genial: su personaje dice que nunca se haría de Podemos porque no dispone de vestuario adecuado - y reducido a dos los personajes, modula a su ritmo una historia que viene a ser una variante del binomio « Pretty woman », en la que él, en vez de a un potentado, encarna a un diputado del grupo mixto.
Enfrente tiene a una actriz soberbia, Carmen del Valle -con la que hace unos años interpretó «La montaña rusa», de Eric Assous , el mejor de los trabajos del galán que yo recuerdo-, que no se limita a ser un mero frontón del despliegue cómico del actor, le aguanta el pulso con firmeza para componer un matizado perfil de mujer , que mezcla el encanto y las sombras interiores, e intenta llegar más allá de lo que las circunstancias le han permitido. La función es divertida; el fiel público que sabe convocar Arturo Fernández se lo pasa muy bien y al final aplaude a rabiar a los oficiantes.