Alcohol y palabras de amor

Javier Gutiérrez, en una escena de 'Principiantes' Pablo Lorente
Julio Bravo

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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Con esta pregunta insondable tituló Raymond Carver, uno de los máximos representantes del realismo sucio, un relato que ahora Juan Cavestany ha convertido en función teatral. Áspera, descarnada, doliente y dolorosa al tiempo, la historia presenta a dos parejas, madura y resabiada una y joven y todavía ilusionada la otra, que pasan la tarde charlando y bebiendo gin-tonics mientras parlotean...

La bebida tiene, en esta función, una gran importancia, de modo que podría hablarse de que es un personaje más; se convierte en el catalizador de una conversación rasposa, que navega entre la cortesía y la incomodidad, entre la ingenuidad y la violencia, que a veces muestra más en sus silencios que en sus palabras, en la que la verdad se asoma en contadas ocasiones y que, invariablemente, acaba derivando hacia el amor, en sus más diferentes versiones y en sus más inaprensibles formas; todas, sin embargo, alejadas de esos estereotipos ideales que el cine de Hollywood, sobre todo, nos ha entregado. El alcohol es, también, el motor que mueve a los personajes, el que desata y enreda a la vez sus lenguas.

Con este material, Andrés Lima ha creado un espectáculo denso, turbio y nebuloso, sensación a la que contribuyen las luces de Valentín Álvarez. No le ayudan, sin embargo, unas proyecciones en ocasiones simplonas y alejadas del espíritu de la obra. Tampoco se entiende bien la primera escena, una pieza que no guarda relación aparente con el resto de la función, y que se queda finalmente como una pieza ajena dentro del puzzle general que es la historia.

'Principiantes' es, fundamentalmente, una función de actores. Y en este apartado sobresale el trabajo de Javier Gutiérrez, uno de esos actores que logra que parezca que los personajes se han escrito para él. Domina el gesto y la actitud, teñidas por mil colores, y las va enturbiando conforme el alcohol va invadiéndole. Le acompaña también Daniel Pérez Prada, que expresa tanto con sus silencios como con sus parlamentos.

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