Alberto Conejero: «Lorca es una época en sí mismo»
El dramaturgo estrena en el Teatro Español «El sueño de la vida», en la que continúa la «Comedia sin título» que Federico no pudo concluir
Dice Alberto Conejero (Jaén, 1978) que su deuda con Federico García Lorca es infinita, y que estaba obsesionado con la idea de dar forma a las ideas que el poeta granadino había esparcido en varias conversaciones sobre la continuación de la obra que dejó inconclusa: «Comedia sin título». Hace algo más de tres años se anunció que Conejero «completaría» lo que Lorca no pudo, y hace un año se publicó el texto, titulado «El sueño de la vida» -el título que Lorca pensaba dar a su obra-. Pero una obra no está completa sin llegar a escena, y el texto de Conejero llega al Teatro Español el jueves 17 de la mano del que es, sin duda, el director español que mejor comprende a Lorca: Lluís Pasqual. Con él, un reparto que integran Dafnis Balduz, Ester Bellver, María Isasi, Raúl Jiménez, Daniel Jumillas, Jaume Madaula, Juan Matute, Antonio Medina, Chema de Miguel, Koldo Olabarri, Sergio Otegui, Juan Paños, Luis Perezagua, César Sánchez, Nacho Sánchez y Emma Vilarasau. ABC conversa con el dramaturgo a pocas horas del estreno.
¿Es «El sueño de la vida», de alguna manera, el sueño de su vida?
No sé si tanto, pero sí es un anhelo que yo tenía desde hace mucho tiempo por establecer un diálogo con la «Comedia sin título» de García Lorca. Soñé una nueva obra a partir de ella y por fin se va a hacer realidad. Es un momento de nervios y de emoción.
¿Su trabajo ha sido imaginar lo que hubiera sido la continuación de la obra si Lorca hubiera seguido?
No sé si ha sido un proceso tan consciente. Yo partí de lo que Lorca le contó a Margarita Xirgu y a Pablo Suero, el periodista, sobre cómo iban a ser el segundo y el tercer acto de la «Comedia sin título», pero a partir de ahí el proceso de escritura ha sido mucho más sonámbulo, mucho más enfebrecido. Yo creo que si me hubiera parado a pensar lo que estaba escribiendo no hubiera sido capaz de escribirlo. Sigue en parte las indicaciones de García Lorca, porque el segundo acto transcurre en el foso del teatro, convertido en una morgue improvisada, y el tercero en una especie de limbo-cielo, pero se ha apartado un poco... El material ha tenido su propia lógica.
«Comedia sin título» es parte del «teatro imposible» de Lorca; ¿es «El sueño de la vida» parte del teatro imposible de Alberto Conejero?
No creo que el teatro que Lorca plantea en «El público» como en la «Comedia sin título» y «Así que pasen cinco años» sea imposible, sino que es un teatro que obliga al espectador a una corresponsabilidad en el acto teatral; no quiere un espectador «a salvo» de la función, lo quiere activo, comprometido. Le tiende una emboscada; para mí es un teatro de emboscada y de cuestionamiento del propio teatro. Lo que hace García Lorca con esas tres piezas es cuestionar los propios fundamentos del teatro que, por otra parte, él amaba. Existe una hoja escrita por él en La Habana en la que por un lado está el inicio de «La casa de Bernarda Alba» y por otro «El público»; una pieza que desmonta el teatro y otra que está dentro de un teatro digamos que más convencional o al uso. Lo que yo no he querido es ser cobarde escribiendo «El sueño de la vida». Sé que es una obra que no tiene las lógicas del realismo, que está dentro del mismo código que Lorca planteaba, de un simbolismo surrealizante, donde lo poético tiene una gran importancia; sé que puede provocar algo de desconcierto. Creo que lo va a provocar en algunos espectadores, eso nunca se sabe, pero es que tiene que hacerlo. Cuando yo empezaba a hacer teatro estaba más preocupado porque el público aceptase con beneplácito lo que yo escribía, y con el tiempo y la experiencia uno tiene que elegir quiénes son sus espectadores y también quiénes no son sus espectadores. O quienes no quieren serlo, y eso no ha de ser ningún trauma. Con «El sueño de la vida» he tratado de ser leal a las pulsiones de escritura; es una obra que pide una implicación al espectador, y quizás haya gente que no entre en el código.
«Lorca plantea un teatro que viene a cuestionar el conservadurismo o las formas aceptadas, pero esa heterodoxia ha acabado convertida en ortodoxia, en un corpus clásico»
Ha pasado casi un siglo desde que se escribiera «Comedia sin título», y el teatro ha evolucionado mucho. ¿Ese teatro imposible que soñó Lorca es ya posible en nuestros días? ¿Ya se hace?
«El público» se ha montado varias veces y ha sido un gran éxito, con lo cual hay una especie de contradicción en eso. Lorca plantea un teatro que viene a cuestionar el conservadurismo o las formas aceptadas, pero esa heterodoxia ha acabado convertida en ortodoxia, en un corpus clásico. «El público» es un clásico contemporáneo. «El sueño de la vida» plantea -y es lo que me llevó a necesitar escribirla- una pregunta: en tiempos tan oscuros y tan críticos como los que estamos viviendo, donde hay un acoso a la palabra, al pensamiento, un encono de las formas, y sobre todo un resurgimiento de las fuerzas reaccionarias, que nos hacen ver que quizás nos dirigimos al pasado. Lorca plantea qué tiene que hacer el teatro ante el dolor del mundo. Si el teatro cierra sus puertas a la realidad, es un teatro inútil, de evasión, que da la espalda al dolor del mundo y a las injusticias sociales. Pero si las abre del todo, si se pliega a la política y a eso que se llama la realidad, puede ser destruido, porque la realidad no necesita del teatro; precisamente el teatro es desafiante porque la realidad no lo espera. No espera la ficción, y el teatro está ahí para demostrar que la realidad puede ser otra cosa. Esa cuestión, si hay que abrir las puertas del teatro a la realidad o se tienen que cerrar para preservarlo, es la que plantea la «Comedia sin título», y es lo que me hace a mi escribir «El sueño de la vida». A veces me pregunto qué logra mi teatro, qué provoca... Porque la gente que va a ver mis obras, a la hora y media está cenando, o se ha olvidado; ¿cuál es mi papel como creador en estos momentos de urgencia social? Y esa es la pregunta tanto de «Comedia sin título» como de «El sueño de la vida»: qué hace el teatro en un momento de urgencia social, porque sí creo que estamos viviendo en un momento crítico en la política.
¿Y hay respuesta para esa pregunta?
No, no la hay. Y por eso la obra tiene para mí algo de auto sacramental laico. No la hay porque no hay una síntesis apaciguadora, no vale dejar la puerta entreabierta. Al final de la «Comedia sin título» el autor es herido por el fuego, y se supone que agonizaba en el segundo y el tercero. El propio final de Lorca, su propia muerte, habla de cómo la realidad reacciona a veces a quienes la cuestionan desde la poesía. No creo que haya respuesta, pero sí obligación de hacernos la pregunta.
El autor de teatro no escribe pensando en el público, pero necesita de él...
No escribe para la complacencia del público, pero sí para el encuentro con él. El autor propone un encuentro, no su resolución. Un autor empieza a morir cuando solo espera que ese encuentro sea fácil, cuando busca solo el aplauso. Yo ya he aprendido y he asumido como dramaturgo que ese encuentro puede ser inesperado, que unas veces traerá el aplauso y otras veces la crítica, o las dos cosas a la vez. Mi lugar como autor es buscar ese encuentro, pero no la complacencia. En el teatro no debemos asumir lógicas del mercado; el éxito de una función no se debe medir por el número de espectadores. Creo que hay que aplicar otra lógica, pero al mismo tiempo un autor no quiere un teatro vacío. Necesito al público... Pero no busco su complacencia.
«A menudo me preguntan por qué no sigo el camino de la poesía si mi teatro es tan poético que casi está en el límite con la poesía. Pero yo es que necesito el presente de los cuerpos, que haya gente que se reúna en un mismo espacio y tiempo a compartir un fragmento de experiencia humana»
¿Pero no busca también que su obra guste?
No estoy tan seguro... Yo sé que mi escritura puede dejar a gente fuera; no propongo un lenguaje realista, y soy muy consciente de que tengo detractores y que hay gente a la que no le interesa lo que yo escribo. Yo propongo el encuentro; tengo la esperanza de que haya alguien que necesite lo que le ofrezco, pero no es el motor. Es como una primera cita amorosa; no puedes asegurar cómo va a salir.
¿Y por qué le gusta más escribir teatro que otros géneros?
Precisamente por ese encuentro. A menudo me preguntan por qué no sigo el camino de la poesía si mi teatro es tan poético que casi está en el límite con la poesía. Pero yo es que necesito el presente de los cuerpos, que haya gente que se reúna en un mismo espacio y tiempo a compartir un fragmento de experiencia humana. A mí me hace falta. Tengo la poesía también cuando necesito mi espacio de soledad, pero necesito el teatro. Necesito de los otros. El teatro nos enseña que necesitamos a los otros, no podemos hacer una obra solos. Para mí es una escuela de vida a la que no puedo renunciar.
Que haya sido Lluís Pasqual el que haya dirigido «El sueño de la vida» habrá sido un orgullo.
Pasqual es una escuela viva de teatro. Es un referente, y a veces es mucho más joven que yo haciendo teatro. Ha optado en el segundo acto por algo para mí inesperado y sorpresivo, además de arriesgado. Y es un maestro, uno de los grandes sobre Federico. Su puesta en escena, esté más o menos lejos de la que yo había soñado, va a ser honesta... Y la de un maestro. Es una escuela. Te dice una sola frase y te puedes sentar en ella a pensar el oficio. Va dejando píldoras de pensamiento sobre el teatro por su experiencia, pero a la vez no ha perdido el niño haciendo teatro, no ha perdido la idea de juego y de riesgo...
Y tiene ese hilo emocional con Lorca que no tiene nadie.
Lo ha dicho en más de una ocasión. Para él es el hermano que nunca tuvo. Y yo sé que él no hubiera dirigido «El sueño de la vida» si eso hubiera sido perjudicial para García Lorca.
Lorca es una especie de verso suelto en la historia de España; no ha habido nadie como él.
Y en apenas doce años de producción; quizás un poco más. Fue un cometa; alguien excepcional, una encrucijada de todos los lenguajes. Hay otros poetas en mi opinión tan hondos como él, por ejemplo Luis Cernuda; hay otros dramaturgos a su altura, como Valle-Inclán. Pero poeta y dramaturgo con la misma altura; que en el mismo cuerpo coincidan un músico, un dibujante un dramaturgo y un poeta de su talla... Eso es lo excepcional. Lorca es una época en sí mismo; acaba convertido en su propia generación.
Y sigue siendo absolutamente modernísimo.
Mucho más que nosotros. A veces pienso en cómo hemos ido hacia atrás. Lorca fue tan libre y tan arriesgado en sus decisiones... Las tomó además desde el éxito, no desde el margen. Que un hombre en la cima del éxito teatral pegara un puñetazo al teatro instaurado es excepcional, como lo es que alguien de una familia acomodada, de terratenientes, se pusiera al lado de los desheredados. Eso lo convierte en único.
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