Ajustar cuentas con el futuro
Borja Ortiz de Gondra hace del juego entre ficción y realidad, de la articulación entre diferentes perspectivas y de un narrador que saca de su chistera distintos narradores la esencia de toda su escritura teatral. Como ya sabemos cualquiera de sus textos, de sus montajes tratan sobre los conflictos, sobre las encrucijadas y los problemas de la identidad. Ortiz de Gondra señala, como si estuviera viendo el rostro de Jano, la necesidad y los peligros que con frecuencia acarrea preguntarse quién soy. La ambición de sus obras no sólo atiende a la sociología del conflicto vasco sino que, a partir de él, monta una reflexión sobre la naturaleza de las relaciones familiares (ese nido de secretos, rencores, amores y memorias) y de la historia de su propia identidad sentimental o sexual, con la homosexualidad al fondo.
Ahora nos propone cerrar su famosa trilogía con 'Los últimos Gondra', una obra final en la que ficciona no solo su propia muerte, sino también la desaparición de toda una generación que hizo o padeció la violencia, y vivió con las heridas abiertas del enfrentamiento y el rencor. Al cerrar todo este ciclo se podría decir que, para Ortiz de Gondra, nuestra identidad está menos en la política que en las historias que contamos. Por eso, sobre el escenario se establece un diálogo entre los secretos del pasado y los secretos del presente. Un armario y una novela que guardan las cenizas de la memoria, un marido americano que vive el mundo extraño de odios, luchas fratricidas y asesinatos, y la aparición de dos hijos a los que nunca conoció: Iker, encarcelado y torturado y Eneko, un artista que puso distancia con las miserias del País Vasco. Fantasmas todos que se reúnen, junto al resto de personajes, para un ajuste de cuentas final que si, a veces, se torna demasiado fragmentario y confuso, es porque refleja un mundo de escombros y un mundo de confusión.
El espacio de la casa y del frontón vuelven a ser tan eficaces como simbólicos, sobre todo porque en ellos está presente hasta qué punto es posible el olvido y hasta qué punto se puede construir la esperanza. También hasta qué punto los vascos se metieron en el agujero negro del terrorismo y la diferencia racial y política y cómo el drama de mucha gente debe gastar , como diría Camus, una enorme energía para ser normalizado.
En 'Los últimos Gondra' destacan la escenografía, el juego de luces y sombras, y el plano interpretativo. Y sobre todo la capacidad de introducirnos en esas crisis personales y sociales y hacer con ellas no solo un testimonio de autoficción sino unas formas teatrales novedosas. Esas con las que Ortiz de Gondra ya tiene un sitio de privilegio en nuestro teatro actual.