38 metros cuadrados de abandono

Paco Gámez, en una escena de la obra marcosGpunto

Diego Doncel

Con esta obra Paco Gámez logró el premio Calderón de la Barca para autores noveles 2018. «Inquilino (Numancia 9, 2ºA)» es a la vez el documento personal y el acta ficticia de esa realidad que mucha gente está viviendo hoy en las ciudades más pobladas de nuestro país: el elevado coste de los alquileres y, a veces, como en este caso, el drama del desahucio. El texto, por ello, tiene tanto de autoficción como de teatro social, de tragedia íntima como de denuncia. Es el monólogo de un hombre al que su mundo se le derrumba, un hombre condenado al desarraigo, empequeñecido por intereses económicos, que tiene una vida que cabe en 38 metros cuadrados y que hace el diario de su abandono forzoso.

Paco Gámez saca la comedia de esta pequeña tragedia, el sainete que va mostrando día a día, de mayo a julio, sus hechos más caricaturescos. A través de un escenario vacío, en el que rutilan unas cuantas pantallas que amplían el contenido de la obra, «Inquilino» lucha contra el estereotipo, contra el lugar común, acude al humor, a la ironía, al distanciamiento, busca un acercamiento al espectador a través de situaciones paródicas y autoparódicas, satíricas y autosatíricas, como es perceptible en el nombre ficticio de la calle, un guiño a la resistencia. Refleja tanto una sociedad perdida como un hombre perdido, sin posibilidad de echar raíces, de tener un hogar. Es destacable el intento de Paco Gámez de buscar un punto de vista distinto para abordar este tema, para lanzar una queja política, para hacer visible un drama social, sin acudir a la sal gorda. Pero la obra, como le ocurre a gran parte del teatro español de ahora mismo, opta por agradar más que por profundizar, no le importa ser débil, incluso light. Su costumbrismo tiene una dimensión pop y surfea de superficie en superficie, olvidando las descargas del fondo, esos dos milímetros que, como decía el poeta Luis Rosales, hacen que la literatura sea una conmoción, incluso desde el humor. La trama necesita conflicto, incluso conflicto íntimo. Además la interpretación, llevada a cabo por el propio Gámez, no acaba de despegar su sombra de las tablas, sobre todo en el terreno de la gestualidad.

Dicho esto, «Inquilino» es una obra bienhumorada que se deja ver, que sorprende en el plano escenográfico, con ese plano inclinado lleno de orificios y con ese juego que se establece con las voces en off y los vídeos proyectados en las pantallas. Uno de los registros de Paco Gámez, a la espera de ver «Katana», en el Kamikaze, la historia de José Rabadán, aquel chico que cuando tenía dieciséis años mató a sus padres y a su hermana, y que hizo ver a la sociedad española esos recovecos monstruosos y terribles por los que la mente humana se deja arrastrar a veces en caída libre y que tuvo a un país entero pegado a la televisión.

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