El 23-F como problema

Una escena de 'Anatomía de un instante' Teatro de La Abadía
Diego Doncel

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Cuarenta y un años después el 23- F vuelve abrir sus puertas, vuelve a estar entre nosotros. El controvertido y destacado Álex Rigola monta por ello una fiesta casi de guardería con disfraces, globos de colores, refrescos y grandes bolsas de patatas fritas y de cheetos. Para Valle-Inclán España era un corral nublado, para Rigola una celebración infantil presidida por el muñeco del Rey. Inspirada en la novela de Javier Cercas, esta adaptación al teatro es fundamentalmente una lección de historia, más que ese acto de comprensión que proponía Cercas, un acto de comprensión de él hacia la figura de su padre y por extensión de su generación hacia esa generación que vivió de cabo a rabo el franquismo y que se dejó convencer por aquel chico de Ávila llamado Adolfo Suárez.

A Rigola le gusta la historia como ese juego de ambiciones y el teatro como un mester de juglaría. Cuatro actores, cuatro juglares nos cuentan el relato del fracaso definitivo del régimen franquista y la catarsis del nuevo régimen democrático. No encontramos la sal gorda del drama, de la tragedia ni del esperpento que tanto entretienen a nuestros creadores al hablar de España, no encontramos tampoco la socorrida leyenda negra, lo que hay es la apoteosis de la realidad, el escalofrío objetivo de los hechos, un episodio nacional convertido en un monstruoso y heroico álbum fotográfico. Rigola señala el malestar histórico que siguen produciendo aquellas imágenes cuando los monstruos franquistas se negaban a claudicar y señala, frente a ellos, la épica resistente que se mantenía en algunos escaños pese a las ráfagas de ametralladora. Un instante moral en el que Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo hacían frente a esa tradición siniestra de cuartelazos, golpes de estado e involuciones. Cuando el domingo caiga en lunes, es que la vida habrá perdido la cabeza, escribió Ramón Gómez de la Serna. Y eso pasó el 23 F: el calendario de la historia se confundió de década e incluso de siglo y tuvieron que venir a encauzarlo de nuevo, incluso pese al retrato polémico que hace del Rey.

El relato planteado a partir de ese momento tiene mucho de relato negro, de investigación de esos arrabales oscuros de la política en los que gentes como Milán del Bosch, Armada y los socialistas se disputaban sacar provecho de los añicos de la UCD.

El teatro documento de Rigola, con su insignificancia dramatúrgica, intenta llevarnos a una elementalidad argumental. Frente a la espectacularidad de las puestas en escena, él prefiere la simple y directa narratividad. Todo se desplaza hacia una intensidad del contenido, del mensaje, hacia una línea clara del significado y el hecho mismo de la narración. Por esto los actores no interpretan a un personaje concreto sino que su función, como en la juglaría, es dar voz a los distintos seres reales que conforman ese 'drama em gente', que diría Pessoa. El riesgo es máximo, pero Rigola, no lejano tampoco al arte conceptual, vuelve a sorprendernos con esta vuelta de tuerca aparentemente sencilla que muestra una mirada a los abismos de nuestra política, y ahí es donde se muestra certero, verdadero y conflictivamente poderoso. Aunque le sobren las confesiones finales.

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