«Escenas de la vida conyugal»: las rutinas de la ternura

Ingmar Bergman podría hacer suyo el «quien lo probó lo sabe» de Lope , pues empleó pedazos de su propia vida en los cimientos de esta obra y en el personaje de Juan destiló tal vez sus propias carencias masculinas (autoindulgencia, justificación de las pequeñas y grandes traiciones…), y perfiló a Mariana , la esposa, con trazos más amables, una mujer vulnerable y fuerte al tiempo, que sabe evolucionar hasta sentirse a gusto consigo misma, sin culpas ni lastres emocionales.

La producción argentina estrenada ahora en España difumina el cargamento de amargura y crispación en la historia del resquebrajamiento de una pareja y lo que en otros montajes se presentaba como la ácida crónica de un largo adiós amasado tras años de convivencia encallada en los arrecifes de la rutina , aquí es, a la postre, un hasta la vista libre de cargas y compromisos.

El tono de comedia agridulce elegido por los adaptadores es una opción y no sé si puede hablarse de traición a Bergman. Narrar un desmoronamiento desde esa perspectiva, sin obviar la ternura , puede resultar más complejo que hacerlo por la vía de la tormenta dramática . Hay que tener más cuidado en los pequeños matices, en detalles que valen más que un discurso encendido. Norma Aleandro, que dirige la función con elegancia y despojamiento, resuelve las escenas de forma tan brillante como sencilla. Cuenta con dos actores de altura que realizan un gran trabajo. Ricardo Darín , ya se sabe, es un instrumento de precisión capaz de comunicar estados de ánimo muy diferentes sin cambiar de tono y modular sutilmente la devastación interior de un personaje. Érica Rivas le da réplica con un acento cómico en la superficie pero que revela un poso de desgarraduras e incertidumbres.