Ana Diosdado, la emoción de lo humano

Era poco frecuente la irrupción de una mujer como autora teatral en la España de los 70

Ana Diosdado, la emoción de lo humano efe

juan ignacio garcía garzón

No es que fuera insólita, pero sí muy poco frecuente , la irrupción de una mujer como autora teatral en la España que se asomaba a los años 70. Y menos habitual lo era que triunfara tan rotundamente como Ana Diosdado con «Olvida los tambores», su primera obra. Fue en 1970 cuando subió a los escenarios esa comedia amarga sobre un grupo de jóvenes que abrían los ojos a un futuro lleno de grandes promesas y se topaban con una realidad fea y corrupta, en la que para traspasar el umbral del éxito había que dejar los ideales a un lado.

La joven autora –tenía entonces 32 años– sorprendió por su firmeza, calidad y osadía, y recibió el Premio Mayte en debut, todo un hito, aunque no fuera raro que el teatro apareciera en su horizonte vital por sus orígenes familiares. Bien valorada por la crítica, también obtuvo el refrendo del público, que apreció desde el principio la valentía con la que la dramaturga abordaba asuntos de aquí y ahora, como los conflictos generacionales de los que hablaba «El okapi» (1972) o el envés sombrío de la sociedad de consumo reflejado en «Usted también podrá disfrutar de ella» (1973). Una vocación de contemporaneidad bien presente incluso en una obra de ambientación histórica como «Los comuneros» (1974), cuyo título original, «Si hubiese buen señor», no hizo demasiada gracia a la censura de la época, siempre atenta a cualquier insinuación que pudiera ser entendida como crítica a la dictadura franquista. Y más teniendo en cuenta que se estrenó en el María Guerrero coincidiendo con el ajusticiamiento del anarquista Salvador Puig Antich y que la autora ha reconocido que era una obra contra la pena de muerte.

César Oliva ha escrito que desde sus comienzos Ana Diosdado «supo conjugar con enorme habilidad el interés social y la taquilla» , y así lo ha hecho en piezas como «Y de Cachemira, chales» (1976), que apuntaba al encarnizado materialismo imperante en la sociedad de nuestros días; «Cuplé» (1986), sobre la incertidumbre de la libertad; «Los ochenta son nuestros» (1988), adaptación de su novela homónima y probablemente su trabajo de mayor éxito, y en obras posteriores como «Camino de plata» (1988), «321, 322» (1991), «Cristal de bohemia» (1994), «Decíamos ayer» (1997), «La última aventura» (1999) y «Harira» (2005), donde es perceptible la emoción de lo humano, la ironía, la fuerza y la intención dramática de su teatro.

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