crítica de teatro
«Tengo tantas personalidades que cuando digo "Te quiero" no sé si es verdad»: un laberinto mágico
Jesús Cracio dirige este cabaret literario creado a partir de textos de Max Aub
Una de las salas de las Naves del Español en el Matadero ha recibido el nombre de Max Aub (1903-1972) coincidiendo con el estreno de este montaje sobre textos diversos del escritor que tuvo cuatro nacionalidades –alemana por el origen de sus padres, francesa por su nacimiento, española tras afincarse su familia en nuestro país y mexicana, elegida como agradecimiento a la nación que lo acogió tras la Guerra Civil– y decidió escribir en español porque, como dijo en alguna ocasión, uno es de donde hace el bachillerato. Hace algunas semanas, el CDN presentó una atractivísima adaptación del formidable ciclo novelístico de Aub «El laberinto mágico», con dramaturgia de José Ramón Fernández y dirección de Ernesto Caballero, como fruto de un trabajo del Laboratorio Rivas Cherif «de cara a un eventual estreno», según precisó Caballero. ¿Quiere esto decir que llega por fin la hora de Max Aub en España? Ojalá así sea.
Por ello apuesta Juan Carlos Pérez de la Fuente, director del Teatro Español y devoto del gran escritor. En su etapa al frente del CDN montó «San Juan», una de las más relevantes piezas dramáticas de Aub, es quien ha decidido dar el nombre de este a uno de los espacios escénicos del Matadero y también quien encargó a Jesús Cracio este espectáculo de nombre tan largo –«Tengo tantas personalidades que cuando digo ‘te quiero’, no sé si es verdad»– y tan redonda factura. Cracio también es «aubiano» (¿o será mejor «aubista»?) con pedigrí: hace veinte años montó la memorable «Los domingos matan más hombres que las bombas» cosiendo textos de varios autores, entre ellos fragmentos de «Crímenes ejemplares» de Aub, una suerte de microrrelatos rotundos e hilarantes sobre los quiméricos motivos que llevan a unos sujetos a pasaportar a otros («La maté porque era de Vinaroz», dice uno de ellos). También este nuevo montaje cuenta con su ración de crímenes ejemplares cuajada en uno de los mejores y más divertidos momentos de una función que apela a las claves de la melancolía, el transterramiento, la ironía crítica, el desarraigo y el desencanto para trazar un perfil múltiple de ese Aub en su laberinto mágico de tantas personalidades, «prolífico y erudito», según lo describe Cracio.
El viajero constante, el imaginativo creador (poeta, novelista, dramaturgo, memorialista, ensayista...), el desengañado de España, o de la idea que tenía de ella, queda así retratado en historias como la del hombre que intenta franquear una frontera vendiéndose como mercancía o la de la hermosa judía que seduce y se entrega a un nazi como venganza, pero también en el torrente humorístico y absurdo de los «Crímenes». La dramaturgia y la dirección hilan con delicadeza y buen sentido los textos seleccionados con inteligente variedad para lograr un espectáculo que bebe de las fuentes del cabaret literario y presenta un bellísimo acabado, desde ese comienzo hipnótico con los actores caminando sobre unas vías –materialización escénica de la trashumancia esencial del autor– mientras tamborilean ritualmente sobre sus maletas en una coreografía de atmósfera sonámbula, hasta el final, con los intérpretes-personajes yacentes mientras permanece en pie Juan Calot, espléndido como una suerte de trasunto de Aub.
La escenografía sugiere la idea del viaje continuo, con la vía transversal, los equipajes de aspecto antiguo, la ropa estilo años cuarenta, y los interiores de mesillas, mesas y camas que parecen provisionales. La parte interpretativa funciona muy bien. Y si Marc Clotet y Julián Ortega juegan sus bazas con solvencia y brío, la facción femenina del reparto realiza un trabajo primoroso de matices, emoción, intención y frescura, de la estupenda Carmen del Valle y la pizpireta Marta Belenguer a una deliciosa Miranda Gas que interpreta «La mala reputación» de Georges Brassens (en la versión de Paco Ibáñez) con mañas de la Sally Bowles que encarnó Liza Minnelli. No hay que olvidar en este recuento a Celia Laguna, quien, a bordo de un piano convertido en vagón musical, acaricia melodías de Albéniz, Karas y Agustín Lara, entre otros, como quien atraviesa la memoria de una patria soñada, esa que nunca encontró Max Aub.
Noticias relacionadas