critica de teatro
«Trágala, trágala»: España en el diván
Íñigo Ramírez de Haro estrena su obra en el Teatro Español, bajo la dirección de Juan Ramos Toro
La sátira es una actividad higiénica, benéfica y hasta necesaria, una manera de denunciar los vicios sociales y burlarse de ellos desde una perspectiva crítica, además de constituir un termómetro muy fiable sobre la salud democrática del ámbito donde se produce. Por eso hay que valorar como se merece este espectáculo satírico y musical que se asoma a la España de Fernando VII para lanzar de paso un andanada zumbona y bastante ácida a la de nuestros días.
Una descripción esquemática de por dónde van los tiros: la trama arranca cuando, en medio de una especie de performance en francés que se ceba en los rasgos negativos del carácter español, el citado monarca se levanta de la tumba con el propósito de que la nación retorne al raíl de esos valores eternos que él impuso a machamartillo. Requerida la presencia de un médico por el vacilante estado del vuelto a la vida, se ofrece un psiquiatra, argentino naturalmente, que propone al resucitado una sesión de psicoanálisis para dilucidar porqué no se siente querido y los motivos de la negrísima valoración de su persona cristalizada en el calificativo de rey felón. De esta forma, también España y su historia se tumban en el diván.
La añagaza argumental da pie a que se produzca una regresión durante la que Fernando VII repasa su vida: la relación con sus padres y el valido Godoy, el motín de Aranjuez, la Guerra de la Independencia, su regreso a España como soberano absolutista, el trienio liberal, la Década Ominosa… Y detalles como su dificultad para engendrar herederos, su hipertrofia genital, el restablecimiento de la Inquisición… Así comparecen sobre el escenario Carlos IV, la Reina María Luisa, Goya, el inquisidor Mier, el moderado Martínez de la Rosa y el exaltado Riego (que mantienen un debate televisivo), las distintas princesas con las que se desposó el monarca y, saltando hasta el presente, una reportera que se convierte en Doña Letizia, Don Felipe VI (se proyecta su imagen mientra suena su voz en un discurso) y Pablo Iglesias, entre otros personajes, mientras las escenas habladas se alternan con divertidos números musicales servidos por el talento de Ron Lalá.
El resultado es un montaje de vocación regeneradora con momentos descacharrantes, atrevidas escenas políticamente incorrectas e ingeniosos diálogos sobre los tópicos oscuros de España, pero en el que también se producen caídas de ritmo y caben ocurrencias y elementos desiguales que dan una sensación de batiburrillo. Juan Ramos, miembro fundador de Yllana, dirige el abigarrado conjunto con soltura y sabe sacar partido de las abundantes claves cómicas de la obra. La atinada escenografía de Miguel Brayda, que parece un homenaje a las instalaciones de Michelangelo Pistoletto, apóstol del Arte Povera, y el estupendo vestuario de Tatiana de Sarabia, que acierta tanto en los aires del XIX como en los contemporáneos, completan el buen acabado del espectáculo. La interpretación es una de las más importantes bazas del mimso, con un Fernando Albizu imponente, que es talmente un Fernando VII redivivo. El reparto se multiplica de manera formidable en diversos papeles; todos están muy bien, aunque, por citar a alguno, mencionaré a Balbino Lacosta, quien con igual solvencia cómica se mete en la piel de la casquivana María Luisa, Mier, fray Juan o Saperes. El público del estreno aplaudió mucho.