Eva Yerbabuena: «En el flamenco de hoy no hay alma»
La bailaora presenta, a partir del miércoles en las Naves del Español de Madrid, «¡Ay!», un espectáculo «intimista y minimalista»
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En febrero de 2013, después de trece meses de paréntesis provocado por el nacimiento de Marieta, su segunda hija, Eva Yerbabuena estrenó en Londres, dentro del Flamenco Festival, su nuevo trabajo, «¡Ay!». No es una queja, sino la primera palabra que pronunció su niña. El miércoles se presenta en las Naves del Español, en Matadero Madrid.
La maternidad y el momento vital que vive la bailaora han sido determinantes en la creación del espectáculo en el que Eva Yerbabuena se enfrenta sola, acompañada de sus músicos, al público. Era, dice la bailaora, una necesidad personal. «Desde 1998, en que creé la compañía, siempre he bailado con mucha gente en escena. Y, después de trece meses prácticamente desconectada, me apetecía bailar sola». Eva Yerbabuena lleva desde los dieciséis años –«tengo ahora cuarenta y cuatro»– subida al escenario, y en estos trece meses «he hecho todo lo que no había podido hacer desde entonces. En el embarazo de Manuela, mi primera hija, estuve bailando hasta los seis meses y pico y entonces casi no paré de bailar. Y me hacía falta parar, reflexionar, disfrutar de la casa y la familia, tener tiempo para leer. Me vino estupendamente».
Este reposo se tradujo, a la hora de volver al trabajo, en la necesidad de hacer un espectáculo «intimista y minimalista», según sus propias palabras. «Fue surgiendo de manera natural de mi interior. La primera persona con quien me encerré en el estudio para trabajar fue Vladimir Dmitrienco, violinista de la Orquesta Sinfónica de Sevilla. El violín es uno de los instrumentos que más me gustan; llevaba años queriendo utilizarlo, y creí que éste era el momento. Yo le decía que no quería melodías hechas, sino sonidos que provocaran los sentimientos que yo necesitaba exteriorizar con mis movimientos». Luego se incorporó el guitarrista Paco Jarana, el cantaor José Valencia y el resto de músicos.
Negro que te quiero negro
La iluminación de Fernando Martín juega un papel fundamental en este trabajo, en el que Eva Yerbabuena viste de negro. «Tenía muy claro que quería usar este color; hay toques de grises y plata». No es negro amargura, sino negro serenidad, templanza. «El negro es un color que me acompaña desde los trece años; se identifica con el luto, la tristeza, pero para mí significa pasar desapercibida y mucha protección. En el espectáculo hay un poco de todo: miedo, incertidumbre, una parte novedosa y un flamenco más reconocible –aunque el espectáculo es flamenco desde que empieza hasta que acaba–, todo ello presentado con mucha sencillez».
Alguien le dijo a Eva Yerbabuena que «¡Ay!» era un espectáculo hipnótico. «Yo me reía… –dice la artista–. A mí me cuesta autodefinirme, no sé contar lo que quiero hacer en el escenario, me explico bailando». Así, a golpe de corazón y de intuición, se construye la evolución del flamenco. «Cuando tú tienes necesidad de algo lo sacas afuera, y desde el momento en que te metes en el estudio sabes si funciona o no. Cuando fluye y disfrutas, sabes que vas por el buen camino. Las cosas que se meten con calzador a menudo no resultan. Siempre me he dejado guiar por mi intención, por mi necesidad. He hecho lo que me apetecía y necesitaba en cada momento».
Y lo que necesitaba en el momento de crear «¡Ay!» era bailar sola. «Me hacía falta; normalmente tengo que pensar el espectáculo, coreografiarlo, dirigirlo, y no puedes dedicarte a ti y a tu baile el tiempo y la energía que necesitarías realmente. Me apetecía estar sola, quizás porque durante nueve meses vives algo que, por mucho que lo puedas explicar, lo sientes únicamente tú. Y ha sido además volver a empezar. Paco, mi marido, y yo parecíamos dos abuelos en lugar de dos padres. Manuela, mi primera hija, tiene ya veinte años. Y yo tenía claro que no quería una compañía grande, que necesitaba estar sola». Igual que la maternidad es un constante descubrimiento, Eva Yerbabuena reconoce estar descubriéndose como artista. «El día en que me levante y piense que ya no tengo nada que aprender, será el momento de retirarme; porque eso no es bueno ni para el artista ni para el público. No concibo el baile sin el aprendizaje diario. Nunca se termina de aprender, y me retiraré y seguiré aprendiendo y sorprendiéndome».
Espacio de libertad
En este espectáculo, dice la bailaora, hay mucho espacio de libertad. «Hay momentos en que, aunque tú quieras hacerlo igual, no puedes. A mí me gusta que así, sea, además. Es algo inherente al flamenco, no se puede perder su parte de improvisación. Pensar en la técnica demasiado te impide sentir, y yo creo más en dejar un porcentaje lo más alto posible para sentir y transmitir. Ahora se vive en el flamenco una etapa de gran perfección técnica, pero hay un gran vacío artístico. Yo echo de menos ese arte imperfecto. Hay cada vez mejores intérpretes, pero menos artistas. No hay alma, y si la hay, no se ve. Y esta situación me asusta».