CRÍTICA DE TEATRO
Contra Don Juan
El montaje de Blanca Portillo dispara tanto contra el mito universal como contra la obra de Zorrilla
No creo que Don Juan sea un personaje ejemplar, aunque se haya consolidado en el imaginario popular como paradigma de hombre de orgullo inoxidable y avasallador atractivo para las mujeres, lo que puede haber contribuido a cierta idealización y a su posible consideración como modelo a imitar, pese a los abrumadores rasgos negativos de su perfil. Blanca Portillo ha declarado en estas páginas a mi querido Julio Bravo que el galán sevillano es «un ser totalmente deleznable» y esa intención de ponerlo «en su sitio» vertebra un montaje que dispara tanto contra el mito universal como contra la obra de Zorrilla –quien mantuvo, por cierto, con su padre una relación parecida a la del Tenorio con el suyo–. La pieza del vallisoletano contiene, a mi parecer, momentos bastantes cursis y algún ripio que otro, pero rebosa musicalidad y su carpintería teatral funciona admirablemente.
Si me permiten exagerar un poco, salvando todas las distancias y el tono paródico, este montaje lo podría haber firmado la directora feminista caricaturizada por Albert Boadella en «Ensayando Don Juan». El notable espacio escénico, el vestuario oscuro vagamente contemporáneo y la iluminación otorgan a la puesta en escena calidades tenebristas que evocan las de algunos trabajos de Tomaž Pandur, aunque, como tantas veces le ocurre al esloveno, también le falte el latido nervioso de lo auténtico y se pierda en ocasiones en una parafernalia de gritos, golpes y efectismos. Blanca Portillo ha eliminado cualquier atisbo de lenitivo sentimental en la conducta del conquistador, quien pronuncia los conocidos versos de la escena del sofá mientras, de espaldas a la novicia que acaba de raptar, se lava la sobaquera y la entrepierna. Don Juan, siempre chulesco y despreciativo, sin ningún encanto que justifique su fama, solo rinde las armas de su arrogancia en una escena de gran intensidad, la hermosa epifanía que se produce cuando, tras pronunciar a todo trapo esa tirada de versos, se vuelve y ve a doña Inés desnuda, tierna y anhelante, que se le ofrece rendida.
Al final de la obra, ni el arrepentimiento rescata al personaje de su leyenda negra: tras ser salvado del infierno por la única mujer a la que tal vez amó, esta le niega el perdón; doña Inés escupe al cuerpo yerto de don Juan signando con su desprecio esta lectura, a contrapelo de lo escrito por el autor y que lleva el ascua a su sardina reinterpretando con intención el sentido de las escenas, aunque la versión de Juan Mayorga sea extremadamente respetuosa con el texto original. Por lo que respecta a la interpretación, José Luis García-Pérez sirve un Tenorio amoral y macarra que exuda peligro y desdén, siempre al borde del abismo histriónico. La encantadora doña Inés de Ariana Martínez combina ternura y distancia; muy entonado el don Luis de Miguel Hermoso y desbordante de sensualidad la Brígida que compone Beatriz Argüello.