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El Torombo: «El público flamenco ya no dice ole, dice “guau”»

Es un bailaor y palmero sevillano. Imparte clases y se ha hecho popular en las redes por su forma de transmitir el flamenco

José Suárez El Torombo AFT

Luis Ybarra Ramírez

La mayoría lo conoce por sus dotes como palmero, pero José Suárez El Torombo es bailaor. Tiene la gracia del que ha pasado dos mil horas bajo los focos y unas pocas más tras las bambalinas. Se ha recorrido el planeta jaleando y buscando poses ancestrales, creando afición y calando tuétanos. Trabaja de manera altruista con los jóvenes más vulnerables del Polígono Sur, descendientes de los que cimentaron todo esto, imparte lecciones de baile en su propia escuela y la vida le ha dotado con el don de la palabra. Dos tubérculos necesita para contar el mundo .

Vuelven los espectáculos, pero, la mayoría, recortando a los palmeros.

Es una situación muy difícil, porque no hay mucho trabajo. Yo tenía varias cositas para el verano y se han caído todas. Suerte que no dependo del escenario, porque me dedico a la docencia en mis aulas del Pelícano y ahora lo hago «online».

¿Qué son las palmas en el flamenco?

Son la pringá del guiso. La parte más humana, el calor, la compañía. Hacer un espectáculo sin sus palmeros es dejar al guiso soso. Pero hay algo peor: poner palmas pregrabadas en un buen disco. Eso es como hacer un potaje y echarle patatas del McDonalds. Todas iguales, finitas. Perfectas para cargarse el plato. El compás no es solo ritmo, sino armonía. De lo contrario, sonaría igual Cádiz que Huesca. Y no.

¿Quiénes fueron los mejores?

Habría que remontarse a los antiguos: a Manuel Vallejo le sonaban tan bien que lo llamaban para tocarlas. Al Sordo, padre de Manuela Carrasco, Al Bollo... Después El Eléctrico y Bobote le dieron envergadura al oficio.

Con el cierre de los tablaos dijeron que el flamenco se iba a acabar. ¿Leyó aquel titular?

Ojú, sí. El flamenco está muy por encima de eso. Que se paseen por los barrios. No hay un problema con el flamenco, sino con el producto. El que depende del extranjero para dar sus clases o para abrir un tablao, el que programa un festival enfocado al turismo, ese está pasando un apuro. El flamenco en sí, no. Somos pueblo y tierra, sufrimiento y alegría, papas de Sanlúcar, ¿entiendes? Estaría bien enseñar a los chiquillos de la calle, los que lo llevan dentro, la raíz, lo natural, los que tienen ADN, pero no DNI. Diré algo: el creador de la soleá de Alcalá, Joaquín el de la Paula, pelaba borricos. Nació debajo del castillo, pero no buscaba el castillo. Sin embargo el festival hoy se celebra dentro. Algo está mal aquí.

¿Cuál es el principal problema al que se enfrenta el flamenco?

Que cuando yo bailaba en La Trocha el público me decía ole. El público ya no dice ole, dice “guau”. Cerraron las fronteras y nos dimos cuenta de que no hemos cuidado a la afición. Que son todos extranjeros. A ver si a partir de ahora miramos más hacia dentro. Que hay, pero parece que no lo ve nadie.

«El palacio de cristal», de Alfonso El Mijita: cante de palacio o de cabaña

El Torta fue un maestro porque reunía el vuelo más inesperado, la verdad al desnudo y la medida. El Chocolate, que no destacó en los estilos rítmicos, también construyó su queja en la medida: el compás interno, el sentido musical en el que se atempera escala, melodía y tiempo. Alfonso Carpio El Mijita, seguidor del primero, presenta en este álbum sus facultades como cantaor que conoce el paño y conserva múltiples referencias, pero es en la medida donde se topa con los principales desajustes . En lo más abstracto y difícil.

Entre un Jerez remoto y áspero que solo busca doler y un eco timbrado en la ya lejana Ópera flamenca va perfilando sus recursos. Entre el lucimiento y la templanza, entre el dar poco y no adornar nada y el embellecer los tercios innecesariamente. Por ahí cuela un fandango que llama a la puerta de Antonio El Sevillano, corto y elegante, la bulería que aprendió en la calle Nueva y una soleá que se levanta por Cádiz, adentrándose en estilos como el de Carapiera, tan agujetero y extraño, evocador de la cantiña.

Por seguiriyas también se acerca a esa escuela, clamando duquelas grandes. Trae rumbas , tangos del ya mencionado Torta, martinetes y bulerías por soleá . Y queda, entonces, un disco completo, con variedad en el repertorio y una personalidad difusa. A veces, elocuente. A veces, directa. Y siempre batallando en contra del equilibrio, con algún descuido en la afinación y, sobre todo, la medida. El saber dónde pelear, dónde recortar y dónde alargar. El decantarse al fin por el palacio o la cabaña.

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