Crítica de teatro

Todo empieza hoy

«Si yo fuera madre» comparece como posibilidad de repensar la escena

Actores progtagonistas de «Si yo fuera madre» ABC

Alfonso Crespo

Más que como agitación, en su interpelación constante al público, cómplice, que mira y (se) reconoce —o todo lo contrario—, Si yo fuera madre comparece como posibilidad de repensar la escena. Es decir, lo interesante de este experimento, de esta vivencia que dos actrices-madres con sus hijos y un dramaturgo (aún) sin descendencia prolongan dramatúrgicamente, tiene que ver con lo no del todo conceptualizable, con un borrado que hace del teatro un territorio aún por explorar, caído en la virtualidad. En Si yo fuera madre brilla primero, entonces, lo que no es obra, esa energía y esa alegría de quien ocupa un lugar; luego, con la duración, llega el vértigo de la responsabilidad (el multiforme fantasma social y familiar que se agazapa tras la maternidad), de tener que llenar ese espacio-tiempo, pues se sabe que la libertad reluce aún más entre límites.

Que Si yo fuera madre va en serio lo demuestra el arrojo de actuar con los bebés de las propias actrices — Lucas y Julieta (soberbios, como se dice en las críticas)—, un foco de imprevisibilidad que refuerza la idea de un pasaje por lo auténtico como antesala de la renovación. Actuar con niños sería algo parecido a lo que Raymond Bellour observa en la irrupción de animales en los encuadres del cine, una apertura al azar que no obstante sirve para barnizar inefablemente lo más cimentado y sólido de una propuesta.

Aquí ocurre así, y este suplemento de animalidad, amén de goce estético, permite establecer la dialéctica con el aparato confesional de los actores, con un ensayo de autoficción mediante el que recuentan un pasado común hasta pararse , inermes, ante el torbellino del presente-futuro. En un momento pregnante de la obra, David proyecta el porvenir de Lucas y Julieta a partir de lo que los bebés emprenden en ese instante: la improvisación se llena de gracia ante la impasibilidad de los pequeños, pero uno comprende que esta divertida explotación de los inocentes en nada conjura el potencial refractario de sus destinos por escribir, para lo que utilizarán (segura y metafóricamente) la sangre de sus progenitores. Un bello vértigo sin duda.

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